Las figuras más conspicuas de la cultura oficial patria son el director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, y su infaltable escudero, el escritor Fabrizio Mejía Madrid, ajonjolíes de todas las ferias de libros, en las que encomiablemente promueven la lectura y la crítica razonada entre el ávido pueblo. Es muy interesante.
Ávido de aprender a leer y a criticar, observé en el YouTube el último de sus abundantes videos testimoniales, “Vientos del pueblo”, grabado hace dos semanas en la feria de la Universidad Veracruzana.
Para empezar, el escritor Mejía Madrid lee un muy erudito y sabio ensayo titulado “Leer o no leer”, que está íntegramente plagiado de un ensayo de Giorgio Agamben (“Sobre la dificultad de leer”, de su libro El fuego y el relato, en línea) y de los que recoge la Historia de la lectura en el mundo occidental, editada por Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (en línea). Puede leer “Leer o no leer”, pues lo publica ahora la revista Proceso, que fundó Julio Scherer y donde ahora publica sus plagios el escritor Mejía Madrid.
Es formidable que en México haya un intelectual dotado de una inteligencia tan poderosa que consiga escribir, él solo, lo mismo que en los países colonialistas requirió de tres o cuatro escritores. Y esto únicamente para el caso en cuestión, pues de documentarse todos sus plagios, el escritor Mejía Madrid, como Walt Whitman, sería una multitud. ¡Y el ahorro para la Patria: dos libros extranjeros y caros reprocesados gratuitamente para el pueblo sabio!
Luego de hablar de San Casciano y de Gershom Scholem, el escritor Mejía cede la palabra a su amigo, el editor en jefe del gobierno, señor Taibo.
Para comenzar explica que nunca viajaría a una isla desierta y sin bibliotecas, “lo cual me ha convertido en enemigo de las agencias de viajes, por lo visto.” Es sumamente gracioso. Luego narra que cuando leyó Los tres mosqueteros y notó que no eran tres sino cuatro, le dijo a su maestro de aritmética que el número tres era cuatro, como lo prueba la novela, pero como el maestro no la había leído pues no entendió.
Él en cambio, explica Taibo, se “hacía preguntas, desde los ocho años, altamente inteligentes”. Por ejemplo: ¿por qué los mosqueteros “andan defendiendo la honra de una reina medio piruja?” A pesar de su sexismo, Taibo quería mucho a los mosqueteros, pues como “yo era niño de izquierda, ¡que los mosqueteros estuvieran peleando contra los guardias del Cardenal, era la neta!”.
Luego leyó las aventuras de Robin Hood, “mi héroe favorito” que “asaltaba a los ricos y se lo daba a los pobres. Robin Hood era la luz. El mejor de los destinos posibles: poner tu habilidad para robar al servicio de los demás”, no como Salinas de Gortari que “robaba a los pobres para dárselo a los ricos”. (Aplauso.)
En ese punto, como el público escucha en silencio, el editor Taibo se enfada: “¡Están ustedes demasiado serios! ¿Son conservadores infiltrados? ¡Si son de izquierda sonrían, chingá! ¡No puede haber una izquierda que no tenga sentido del humor! ¡Estoy desperdiciando mis mejores chistes!” (Aplauso.)
Luego glosa El Conde de Montecristo que apenas se escapa de la prisión “hace la lista de los hijos de la chingada” que lo metieron a ella para vengarse. “Yo he hecho la lista muchas veces”, explica, pues “la venganza es sagrada, la reivindicación de los pobres, el derecho a la reparación de injusticia”. (Aplauso.)
Explica que a “los pirruris que hoy están empeñados en que fracasemos” y van a molestarlo al FCE les dice “¡Vade retro Satanás!” y que todas las mañanas su espejo le pregunta “¿Sigues siendo de izquierda? Y le contesto ¡A huevo! ¿Qué chingados esperabas, que a los 70 años chaqueteara o qué?” (Aplauso.)
Creer en la lectura “me ha llevado al tremendo error de dirigir el FCE” (aplauso), porque “quieres transmitirlo”. No se trata de un país en el que “todos tengan que leer, a huevo o a ovario, no: que lean los que quieran, ¡coño, pero que todos puedan leer!”
De pronto, otra irregularidad: “¡Estoy viendo ahí a un señor que no aplaude! ¡Eh! ¡Hay un infiltrado!”
Finalmente muestra la colección “Vientos del pueblo” que ha seleccionado el nuevo Consejo Editorial del FCE, que es “anónimo”, pues quien decide qué se publica soy “yo. Yo soy el responsable” (como declaró ayer). Son ediciones muy baratas y en tirajes masivos de, por lo pronto, un cuento de Rudyard Kipling; los Apuntes para mis hijos, de Benito Juárez y una crónica del escritor Mejía Madrid…
¿Quién podría pedir más?