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Es bien conocido el capítulo XLII (2ª parte) de la novela de Cervantes, aquel en que don Quijote educa a Sancho Panza en el arte de gobernar. El lector recordará que el duque y la duquesa —ricachones ociosos que se divierten a sus costillas— han inventado que, para cumplir la vieja promesa de don Quijote, Sancho ha sido favorecido por el voto popular como jefe de gobierno de Barataria, una “ínsula hecha y derecha, redonda y bien proporcionada y sobremanera fértil y abundosa”.
A pesar de cierta resistencia ante las dimensiones de esa responsabilidad, Sancho acepta el cargo, mas “no por codicia” sino “por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador”. El duque le responde, claro, que gobernar sabe a gloria, “pues es dulcísima cosa el mandar y ser obedecido”. Luego le informa deberá tomar posesión ante el pleno del congreso al día siguiente y deberá vestirse como corresponde a su alta investidura, mitad hombre de letras y mitad soldado.
Es entonces que llega don Quijote y se lleva a su escudero a un sitio privado “con intención de aconsejarle cómo se había de comportar en su oficio”. Don Quijote adjudica al cielo plurinominal que Sancho haya accedido al poder sin merecerlo. Y es que si bien hay quienes “importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfían” ser políticos, otros hay —futbolistas, ebrios o cantautores— que “sin saber cómo ni cómo no, se hallan con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron”.
Son consejos para que pueda llegar “a seguro puerto deste mar proceloso donde vas a engolfarte, pues los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones”, un océano plagado de tiburones, partidos políticos, chapulines, gente sin escrúpulos, líderes sindicales, ideólogos juches, inversionistas salaces, motociclistas audaces y senadoras millonarias.
Para empezar, deberá Sancho conocerse a sí mismo, “que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey”. Debe cuidarse Sancho, pues si se hincha se sabrá que su única experiencia política ha sido la de “haber guardado puercos en tu tierra”.
Sancho se defiende aceptando que de muchacho cuidó puercos, pero que ya “hombrecillo” tuvo experiencia legislativa gobernando gansos, y que además, “no todos los que gobiernan vienen de casta de reyes”. Quijote le da la razón, desde luego, por lo que agrega que debe hacer gala de su origen humilde, pues si no se avergüenza de ello nadie podrá avergonzarlo, pues es mejor ser “humilde virtuoso que pecador soberbio”.
Le aconseja también que si “trujeres a tu mujer contigo” (porque no es bueno que los gobernantes “estén sin las propias”) tenga cuidado de que no le entren ganas de ser ricachona ni pedante ni ostentosa ni quiera casas blancas, porque “todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta”.
No deberá guiarse por la “ley del encaje” (la que pone al interés de la autoridad —sus fraudes, engaños, malicias— sobre el interés del pueblo y el respeto a la ley). Deberá buscar la verdad lo mismo detrás de “los sollozos del pobre” que detrás de “las promesas y dádivas del rico”. Si llegase a dudar sobre la aplicación rigurosa de la ley (por ejemplo a un aliado que ha sido corrupto), que no sea “con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. Y le dice que lo conveniente es ser justo sin lanzar insultos y groserías, “pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.
Muchos otros consejos ofrece don Quijote al gobernante: que se corte las uñas para que no parezcan “garras de cernícalo lagartijero”; que no coma ajos ni cebollas “porque no saquen por el olor tu villanería”; que hable despacio “pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo”; que no eructe en público y que se abstenga de decir refranes “que más parecen disparates que sentencias”, etcétera.
De seguir estos consejos, le dice, “tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes”.
El único problema es lo que, terminado el sermón, responde Sancho: “Todo cuanto vuestra merced me ha dicho son cosas buenas, santas y provechosas, pero ¿de qué me han de servir, si de ninguna me acuerdo?”
Ante esto, el Quijote se resigna y concluye: “Si mal gobernares, tuya será la culpa y mía la vergüenza”, por lo que no le queda de otra que desearle que “Dios te guíe, Sancho, y te gobierne en tu gobierno…”