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Una aclaración es urgente. Yo no me he mudado a las redes. Más bien me han mudado los vecinos y la comunidad en la que me encuentro, de alguna forma, prisionero. Un ejemplo sencillo es mi preferencia por leer en periódico en vez de hacerlo en las páginas virtuales. Sólo tengo una razón a la que llamaría gravedad de las letras las cuales desde el papel caen como granizo o lluvia suave sobre mi mente. Es una afección personal y anacrónica, sin embargo un periódico se torna algo muy personal, un objeto que puedo descuartizar, doblar, guardar bajo la cama, utilizar para envolver piedras, e incluso quemar. ¿Alguien ha practicado la espodomancia luego de encender periódicos para hacer una fogata? Cuando trabajaba en Nueva York en plena calle y azotado por un frío de 10 grados bajo cero el periódico me ofrecía un poco de calor. Me forraba yo el torso con aquellas hojas de papel bajo la ropa y mis huesos me lo agradecían. Recuerdo una ocasión en que ya la noche avanzada me encontraba a solas con Huberto Batis en su oficina de director de sábado en la colonia Nochebuena a donde entró un personaje por demás misterioso. Era Armando Jiménez, el célebre autor de Picardía mexicana y quien escribía una columna en este suplemento cultural que se imprimía los jueves, aunque aparecía los sábados. Mudo y decidido el señor Jiménez tomó tres ejemplares del suplemento y con sus manos y habilidad arrancó o recortó su columna de los tres ejemplares y dejó el resto en el escritorio de Huberto. No sé si fue un acto de vanidad o de ascetismo intelectual o un mero performance, pero tal cosa hizo este señor. Huberto y yo nos miramos extrañados, esperamos a que se marchara y, en seguida, continuamos nuestra conversación sin comentar lo que recién había sucedido. Siempre me pregunté por qué Huberto, el editor más temido e iracundo de México no había tenido alguna reacción violenta contra aquel hombre algo decrépito.
Me siento muy cómodo llevando el periódico de papel bajo el brazo cuando camino o paseo por las calles de cualquier ciudad. Puedo sentarme en una banca, una cantina o incluso leer mientras camino. En cambio, sería imposible llevar a cabo esta rutina si portara conmigo mi computadora lap top ya que además de que es un artefacto incómodo despierta la tentación de los ladrones. El periódico sirve también para matar moscas, pero yo no soy un buen matador de moscas ya que éstas, sean humanas o invertebradas, han ganado todas la veces la batalla y sus molestias me han echado a perder desde una simple comida hasta años enteros de mi oficio como escritor. El medio no es el mensaje, aunque es evidente que puede alterarlo. El tiempo y atención que dedico al periódico de papel me lleva a una lectura más intensa, personal y mecánica, tanto que el artículo que leo adquiere mayor gravedad. ¿Son los míos prejuicios personales? ¿Juicios improbables? Sí, claro: de ello estamos hablando.
En su novela Las cenizas y las cosas, Naief Yehya hace decir a su personaje después de haber recibido un correo electrónico y leer al final del mensaje: Has tuya la última versión de Messenger: Haz clic aquí: “Una prueba más de que el español, el lenguaje que había elegido para expresarme, le era indigesto a la cultura digital y daba muestras de descomposición. Era también una de esas señales inconfundibles de que el idioma, la comunicación y las relaciones humanas estaban cerca de transformarse de manera vertiginosa y probablemente irreversible debido a la aparición de estos interlocutores digitales que tenían derecho a corregir e interpretar nuestras intenciones al manipular las palabras”. He resaltado esta frase para hacer énfasis en el efecto de la manipulación con que se trata al usuario cautivo y al hecho de que el abandono de la costumbre de leer periódico de papel es una señal de que nos han mudado a la red sin pedirnos consentimiento alguno y ciertos de que tarde o temprano el ser humano más crítico, independiente o asceta tendrá que integrarse, desfilar en la plaza virtual como soldado vigilado y sometido a procesos de aprendizaje, conocimiento y pragmática en los que nada tuvo este soldado que ver. Los márgenes de su independencia, la real y grave, la que permite que un ser humano se haga de las herramientas para tomar decisiones, al mismo tiempo que éstas le da oportunidad de ejercer la libertad individual, el juicio comparado, el gusto personal cuando está edificando hábitos de comunicación, estos márgenes, límites o fronteras se reducen a un grado tal que uno ya no puede dar un paso atrás. Yo sugiero: volver de vez en cuando al periódico de papel, sin abandonar la posibilidad de que la tecnología nos haga un bien y no ampute la independencia de las decisiones personales. Si de algo han estado de acuerdo filósofos como Eugenio Trías o R.M Hare es que no necesitamos reemplazar la metafísica o la ontología cuando intentamos comprender el mundo y los juicios éticos. De la misma forma no requerimos cancelar la posibilidad de leer en papel para sumarnos a la ola tecnológica cuando ésta amenaza convertirse en un tsunami.