Más Información
Detienen a sujeto en posesión de droga sintética en Baja California; decomisan más de 300 mil pastillas
Senado alista elección de terna para la CNDH; morenistas aseguran llegar unidos para elegir el mejor perfil
Plan DN-III-E continúa en 13 municipios de Veracruz por tormenta “Nadine”; entra en fase de recuperación
Reforma judicial en marcha; convocatoria para inscripción a elección ya tiene fecha, anuncia Monreal
Me han preguntado. “¿Cuál es tu tema cuando escribes una columna o un artículo?” He respondido: “No tengo la menor idea; quizás sea la epojé, el clima, la salsa o la gravedad; pero de ninguna manera podría decir que tal o cual es mi tema.” Después he sopesado mis palabras y no he sentido ninguna clase de arrepentimiento o titubeo. Si uno se pone serio en verdad, o se toma el asunto con absoluto rigor se dará cuenta de que en el fondo de las cosas no hay fondo (tal es el dilema del conocimiento). En cambio, si uno sabe leer en la superficie encontrará en una señal, signo o parpadeo intempestivo la puerta a terrenos desconocidos, bosques inesperados y cuevas subterráneas inundadas de aguas azules... o negras. Casandra me ha escrito: “Los primeros cuarenta años de infancia son los más difíciles”. Leo el mensaje de la hija de Príamo y asiento pues no logro atisbar la madurez en mis contemporáneos: niños que combaten entre sí por poder, una pelota o el automóvil más potente, infantes que presumen tener un padre más fuerte que el de sus amigos, un perro más bravo y que apenas ven a una mujer se sonrojan, se tornan hipócritas, se comprimen como moluscos o se lanzan a la conquista de un territorio que les será por siempre vedado. “¿Y acaso tú sí has madurado?”, me auto cuestiono. No, yo me he anclado en la sorpresa, el desánimo y la curiosidad. He tropezado con los vicios más bellos y he muerto hace siete años sin acudir al suicidio, sino por propia convicción y necesidad unidas. Y al recordar a Oscar Wilde no deja de parecerme sagaz esta advertencia: “Ten cuidado, ya que puedes perder tus defectos cuando envejezcas”.
He leído en la novela El oficio de la venganza, De L.M Oliveira: “También descubrí que los cobardes no son vengativos, son rencorosos”. Tal aserción ha despertado mi aceptación de inmediato porque la experiencia me dice que el rencoroso golpea de manera constante, subterránea y armado de una convicción que no precisamente proviene de una conciencia reflexiva, sino de un trauma o una constitución desgarrada que lo lleva a roer el alma y a cultivar la envidia como un alucinado. A causa de ello la venganza les resulta ajena e inalcanzable pues su ser es cobarde por antonomasia y sólo pueden hacer daño en pequeñas y constantes dosis.
Al rencoroso le sugiero el suicidio, ¿qué otro camino puede ordenar sus pasos desaliñados y nocivos? Es posible que un acto así lo reivindique ante sus propios ojos y su recuerdo no sea como una espina en el ojo para los vivos. “Escucha / ¿Cómo es posible que nuestra voz perturbada se mezcle así con las estrellas?” (A Través del trueno, de Philippe Jaccottet). Escuchen, me alargo en pensamiento; ¿cómo es posible que su rencor, envidia, leche taimada y presencia física y malograda se engarce en una voz que se mezcle con las estrellas? Suicídense; se los ruego, aunque la tierra se transforme en un erial y nuestro país en una tierra baldía. “Él ya ha muerto y el ladrido del perro aún se escucha. De lejos se vislumbra al gran toro blanco que se le acercó en ésta, su última mañana. Todo se reduce a un quejido colectivo. La tarde pareciera encanecerse con la brisa de hielo” (del libro Desquicios, de Perla Muñoz).
Y en estas palabras me siento en casa, yo, muerto hace siete años, porque el suicidio no es para mí, sino para ustedes. Y que ese quejido colectivo se torne suicidio; y vida para quienes apenas comienzan a vivir y a sentir y a practicar el asombro y la honradez de sus sentimientos.
“Las ciudades que habitamos son las escuelas de la muerte, porque son inhumanas. Cada una se ha convertido en el cruce del rumor y del hedor, cada una convertida en un caos de edificios, donde nos apilamos por millones, perdiendo nuestras razones de vivir”. (Alberto Caraco; 1919-1971). El rumor y el hedor; el comentario podrido y el olor perturbado. ¿Por qué no me sorprende la costumbre? Sin embargo, no existe claramente una realidad, sino un encuentro de planos éticos y subjetivos que se relacionan y en momentos de gracia dan lugar a objetos inesperados y vitales. Ya tengo mi nuevo ejemplar del fanzine “Pinche Chica Chic” (donde colaboro) y tengo conmigo obras del grupo de artes gráficas “Dolor Local”; y el nuevo proyecto de Bayrol Jiménez (uno de los escasos artistas que lo son en medio de tanta bulla mercantil), impreso por los “muchachos de la mesa puerca”, y así. Y entonces el muerto que soy yo sonríe desde su neblina y se dice a sí mismo “mi tema es el todo y la nada”. Y además nunca he conocido el rencor, y cuando me acerco a él me doy la vuelta y pienso: “no soy presa para ti, sigue tu camino”.