Guillermo Fadanelli

Otra vez, Feyerabend

22/01/2018 |01:50
Redacción El Universal
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Es posible que Paul Feyerabend sea el filósofo que más ha puesto en entredicho mis juicios dogmáticos, mis relativas certezas acerca del conocimiento y del mundo que me contiene. A él mismo le habría molestado, o al menos incomodado, saber hasta qué punto sus ideas pueden influir en la vida de una persona sensible. No soportaba la idea de guiar a alguien y aún menos a los jóvenes: “A los jóvenes hay que protegerlos de la falsedad, pero también de la verdad”, afirmaba. Feyerabend nació en esa cuna de locos llamada Viena en 1924 y murió en 1994 setenta años después. Si bien sus ataques al método inductivo o científico han sido mortales y estimulantes, y su obra más conocida o popular es Contra el método (1974), yo me inclino por un breve libro de ensayos que en pocas páginas reúne su sabiduría anarquista, relativista y profunda: ¿Por qué no Platón? (Tecnos; 1985). Si luego de haber entrado a las páginas de esta obra el lector retorna indemne a la realidad, debe ser porque probablemente sea un férreo dogmático o un vegetal que presume de ser humano: un badulaque. “No hay opinión alguna por absurda e inmoral que parezca que el anarquista no tome en consideración y no tenga en cuenta a la hora de actuar, ni hay para él ningún método que considere imprescindible”.

Si bien lo que ahora escribo es sólo un comentario, permítanme esbozar lo que este filósofo dadaísta, inconforme, provocador y anarquista intenta decirnos, o de qué forma yo he interpretado sus opiniones. Para comenzar, Feyerabend nos dice que eso que llamamos “ciencia” es una invención humana y literaria (sigan viendo documentales científicos) y, por lo tanto, se encuentra influida por todo pensamiento, reflexión, subjetividad, singularidad, o actitud epistemológica que cuestione su método, en caso de tenerlo. “La ciencia es un producto nuestro y no nuestro soberano y debería ser el súbdito no el tirano de nuestros deseos”. “Respeto la ciencia, pero no a sus expertos”. Feyerabend, amante del teatro, la filosofía y la literatura nos dice que no debería existir una demarcación estricta entre filosofía y ciencia, cualidad que, en nuestro afán de conocer, nos aproxima al relativismo, la literatura, las artes e incluso a la brujería. “Paracelso aprendió de las brujas; Galileo de artilleros y carpinteros; y los hermanos Wright tuvieron éxito a pesar de la oposición de la ciencia de la época”. Quiero advertir que el pensamiento de Feyerabend puede resultar incómodo para todo aquel que dé por sentada la existencia de una ciencia o un conocimiento irrebatible, es decir veneno para el lector que cree en los hechos indudables o estrictos haciendo a un lado que la mirada humana modifica el mundo a su conveniencia y que las sensaciones, ideas o juicios que este mismo mundo nos despierta son sólo una continuación o extensión de lo que somos. Tal certeza me ha hecho recordar a Dostoiewski quien detestaba las ciencias naturales y en sus obras exponía el sufrimiento y la desgracia humana como medios de conocimiento.

En ¿Por qué no Platón? Feyerabend revisa y critica las ideas de libertad y democracia, y escribe: “Una democracia es una asamblea de hombres maduros y no un rebaño de ovejas que tienen que ser guiadas por un grupo de sabelotodos”. Si bien acepta en general el pensamiento y las definiciones acerca de libertad expuestas por John Stuart Mill en su libro Sobre la libertad (1854), él mismo es un magnífico ejemplo de libre pensador cuando afirma que, para ponernos de acuerdo en sociedad, no requerimos de mitos comunes o de cuentos de hadas éticos. No es necesario creer en nuestras propias ideas ni compartirlas con nadie para ponernos de acuerdo con otras personas. Si ser hipócritas nos ayuda a vivir mejor, pues entonces seamos hipócritas. Así las cosas, Feyerabend escribe algo en apariencia escandaloso: “Una sociedad verdaderamente libre es amoral o, si se quiere, una sociedad ahumana. Protege a sus ciudadanos, les ofrece determinadas ventajas, pero no se ocupa de sus cualidades humanas.” Mi simpatía por esta clase de argumentos o andanadas revolucionarias es constante y honrada: si tú eres racista, misógino, religioso, misántropo o un pervertido no me importa mientras tus acciones e ideas no rompan el pacto de mínima supervivencia. Si eres misógino evita llevar tu terrible fobia a la realidad. No me importa lo que pienses, sino tus acciones y si éstas son capaces de causarme daño. Tus concepciones morales no hacen que una sociedad funcione, sino el sencillo hecho de que aceptes y estés dispuesto a vivir en una democracia de seres humanos libres, aunque —y para Feyerabend tal requisito es indispensable— esta democracia no debe fundarse en el mito de la ciencia como realidad única y absoluta, ni en la tecnología llanera, sino en la imaginación y en la invención de ideas y actitudes que mantengan a flote nuestra vida y nuestra curiosidad por el arte y el conocimiento. ¿Por qué no Platón?, el libro que sugiero leer merece la paciencia, la reflexión y la apertura de miras pese a que puede en un principio causar repulsión y urticaria intelectual. A mí me abrió más de una puerta a nuevas concepciones de la ciencia, la filosofía, los perros y el mundo común: no hay buen libro que no anime y modifique de alguna forma nuestro pensamiento.

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