“No se puede jugar en una cancha donde puedo morir”, dijo Pablo Pérez , jugador de Boca Juniors , al salir del hospital tras la tercera revisión médica por el golpe que recibió en el ojo. Esta historia llena de mentiras y manipulación llevó hasta al presidente de Argentina a explotar, argumentando que es una vergüenza que los 30 detenidos por la gresca ya estén libres.

Pero Mauricio Macri sabe que esto no es una casualidad, ni un hecho aislado. Él fue presidente de Boca Juniors, sabe cómo las barras tienen secuestrado al país, incluso al gobierno. Como máximo responsable de Boca, no pudo deshacer a sus barristas. Hoy, como presidente de Argentina, tampoco. ¿Qué les saben? ¿Por qué tolerar delincuentes disfrazados de fanáticos al futbol? ¿No puede ni el presidente de la República frenarlos? ¿Son más poderosos que las instituciones?

Habrá una reunión en Conmebol, en la ciudad de Asunción, sede de una de las confederaciones más corruptas de la historia y que parece continúan por ese camino. Alejandro Domínguez, el cuestionado presidente, no toma decisiones autónomas. Todo lo tiene que consultar a su jefe, Gianni Infantino. Ambos saben que cancelar la final de manera definitiva afecta a la FIFA. No tener al campeón de Sudamérica en el Mundial de Clubes es un gancho al hígado a las finanzas del ente mundial.

Será una decisión política, llena de intereses económicos, lo que se impondrá. Habrá partido, claro, bajo la conciencia de Domínguez, Infantino y Rodolfo D’Onofrio (presidente de River Plate), quienes lo último que quieren es recibir demandas, desde patrocinadores, televisoras. En el futbol, nadie se responsabiliza por lo que se está viviendo; en el gobierno argentino, sí. La renuncia del ministro de Seguridad de Buenos Aires, Martín Ocampo , es una muestra.

La violencia y secuestro de las barras al futbol no es exclusivo de Argentina. En todo Sudamérica sucede. En los octavos de final de esta edición, en Sao Paulo, tuvieron que suspender el partido de entre Santos e Independiente, por violencia extrema. Ahí sí se atrevió Domínguez a tomar una decisión contundente; claro, ni era la final, ni era River-Boca, y lo evidente: no estaba Infantino en Brasil. Domínguez ayer mandó una carta afirmando que el futbol se gana en la cancha; es decir, las contradicciones de este funcionario son brutales.

Se jugará el 8 de diciembre, en el Monumental de Núñez , pero ¿qué pasará si los líderes barristas se vuelven a enojar con la policía y arman otro acto de violencia extrema? ¿Si no hay garantías hoy, las habrá en 15 días? ¿De verdad tendrán vergüenza estos directivos? Insisto, en su conciencia quedará si algo pasa.

Lo único que se puede definir después de esta barbarie de barristas, directivos y caprichos para salvar la economía de la Conmebol, es que por más amigo que sea Domínguez de Infantino, Argentina no puede ser sede de la Copa del Mundo de 2030 , que solicitará junto a Uruguay. Podrá existir final de Copa Libertadores, pero ningún directivo de las más de 230 federaciones en el mundo le dará su voto a quienes tienen en sus líderes barristas el control del país; incluso, por encima del presidente.

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