Pasaron tantos años sin jugarse algo trascendental entre ellos que habían perdido la rivalidad, el odio deportivo de antaño. Ayer por la noche, en el Soldier Field de Chicago, regresó y aparecieron nuevos villanos en esta enfermante historia entre Estados Unidos y México. Hoy, el Alexi Lalas se llama Matt Miazga y a Landon Donovan lo recrea perfectamente bien Christian Pulisic; con una enorme diferencia, estos dos futbolistas tienen mucho mejor nivel que sus antepasados.
La Concacaf no tenía una final tan disputada desde hace casi una década. No es igual para alguno de estos equipos enfrentar a Panamá o a Jamaica que jugar entre ellos. Marcan una enorme distancia ante los demás.
Sufrimiento por la inconsistencia en el desarrollo de un partido, así pasó durante todo el torneo. Detalles de entendimiento al sistema, pero escasa capacidad para definir las oportunidades creadas. De nada sirve tener posesión si no se sabe qué hacer con el balón. Hace nueve años fue Giovani dos Santos; anoche, su hermano Jonathan fue quien marcó la diferencia. Cuando más cerrado estaba el partido, apareció ese disparo que le dio un título merecido a la Selección Mexicana.
La cara de felicidad de los directivos de la Concacaf era evidente en Chicago. Pasara lo que pasara anoche, habían asegurado el lleno en el estadio. Los mexicanos generaron entradas por más de 375 mil asistentes a los seis estadios donde jugó el equipo con doble nacionalidad.
En Pasadena fueron 65 mil 527, en Denver acudieron 52 mil 874 y, para cerrar la primera ronda, se reunieron en Charlotte 59 mil 283. Para las fases de eliminación directa, lograron en Houston la mejor entrada: 70 mil 788, mientras que en la semifinal en Glendale llegaron al estadio 64 mil 128 aficionados. Ayer en Chicago, la asistencia fue de 62 mil 493 personas. Es decir, solamente de taquilla de estos partidos, la organización liderada por el canadiense Víctor Montagliani logró alrededor de 50 millones de dólares.
El campeonato de la zona le da estabilidad a Martino, quien —previo al partido— tuvo el atrevimiento de declarar que si se perdía con Estados Unidos no pasaba nada; alguien le debe explicar detalladamente de lo que se trata, porque si hay un equipo con el que está prohibido perder es al que derrotaron ayer.
Hacía falta un partido así. Por fin hubo pasión y sufrimiento en un campo de Estados Unidos. Que hayan levantado la Copa es afianzar al argentino en el banquillo, porque ayer por fin pudo derrotar a su rival en una final. Antes había perdido con Paraguay y con Chile.
La Copa Oro no debe ser solamente una maquinaria de hacer dinero. El campeonato debe entregar algo más, porque ahora ya ni Copa Confederaciones hay y el premio de un millón de dólares no alcanza para pagar los premios a los futbolistas. Algo deben hacer ya. Juntar a las confederaciones del continente sería lo mejor que le puede pasar a la zona. Hoy, el campeonato obligado lo entrega Martino, la solvencia y tranquilidad que le da para seguir aplicando su proyecto es extrema, nadie puede decir algo contrario.
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