Se le acabó el crédito a Miguel Herrera, su segunda etapa con el América ha resultado, hasta ahora, un fiasco, sin entregar los resultados que se esperan y sin el concepto americanista en el campo de juego.
Y si a esto le sumamos las terribles palabras en la conferencia de prensa después de la más humillante eliminación del equipo en su historia, no le queda más que levantar el título en diciembre o salir por la puerta de atrás del club y dejar que venga otro entrenador a rescatar al equipo.
Poner como carne de cañón a Carlos Vargas, y señalarlo como el “culpable” de la derrota ante el FC Juárez, debería ser valorado por Mauricio Culebro de una forma seria y perderle el miedo a la parte deportiva del equipo, en la que parece que hacen lo que se les pega su reverenda gana. Este club está muy lejos del orden, de la disciplina interna, pero lo peor, de la autocrítica. Vargas falló un penalti como lo ha fallado cualquier otro futbolista; ese no es el problema.
El América perdió con los Bravos por cobardía en los cambios al ir ganando el partido, por la soberbia de encarar a un rival de Ascenso sin la inteligencia y mística que requiere una eliminación directa; vaya, perdió por la dirección técnica y no por Carlos Vargas, porque además, quien falló el penalti decisivo fue Renato Ibarra, uno de los extranjeros consentidos de Miguel.
Un equipo de la categoría e historia del América no debería perdonar esta clase de humillación. Ejemplos hay en todo el mundo, de que las copas son malditas cuando no se gana y quita mucho. Por eso al perder el Manchester United ante el Derby County de Segunda División, la continuidad de José Mourinho está en duda, y jugadores como Paul Pogba se han rebelado ante las actitudes del portugués —quien “culpó” a Phil Jones de fallar el penalti decisivo—, al grado de que amenazan con irse del equipo.
O aquella noche negra de eliminación para el Real Madrid ante el Alcorcón que le costó el trabajo al entrenador chileno Manuel Pellegrini. Es decir, ahí no hay amiguismos, nepotismo y sí alta autocrítica, asumiendo que un fracaso de esta magnitud debe ser aceptado por la directiva, nunca minimizado y actuar conforme a un equipo grande, no como el directivo que tiene a sus amigos en el plantel.
Se le brinda inmediatamente la oportunidad de resarcir el daño. Por eso el partido contra Chivas es fundamental para saber si Herrera puede regresar la tranquilidad y también para ver si por primera vez desde que llegaron, futbolistas como Cristian Insaurralde o Andrés Ibargüen sirven para algo, porque lo que han mostrado hasta ahora ha sido raquítico y muy lejano al nivel de exigencia, o por lo menos, del que existía en años anteriores para los extranjeros en el equipo. En el Clásico se juegan mucho más que el orgullo, la rivalidad y tres puntos, es regresar la credibilidad a un proyecto que, si no da el título de Liga, terminará por pudrirse y confirmar que segundas partes nunca serán igual de buenas.
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