Ahora sí podrán los aficionados señalar a quien sea, menos al dueño. Guillermo Álvarez sufrió la derrota contra Alebrijes , sin entender que por más inversión que destine en jugadores, por más autonomía para sus directivos, por más tiempo para el cuerpo técnico, los resultados siguen siendo exactamente iguales.
La eliminación en la Copa MX fue la gota que derramó el vaso en un equipo en el que el protagonismo está centrado en el entrenador, desde que fueron subcampeones, ese mismo lugar donde parecen estar estacionados hacia la eternidad. Pedro Caixinha no tuvo ideas claras para refrescar a un plantel con evidente falta de gol, tampoco encontró en las oficinas soluciones y por eso los pretextos, el desviar la atención, han sido parte de su día a día.
Declaraciones vulgares que van desde el “me vale madres lo que ustedes puedan opinar”, sin olvidar el “tienen un gran país, pero hay muchas cosas que les faltan: planificación, organización, unificación, discusión y conocimiento. Luego, vienen los errores”. Con esas palabras se sintió perfecto al criticar la colocación del césped del Estadio Azteca. La lista es más larga, contundente. Pareciera que está más enfocado en tratar de resolver los problemas de su imagen que los que realmente tiene el equipo.
En otros tiempos, cuando la estructura de l Cruz Azul estaba manejada por Carlos Hurtado como el proveedor de jugadores, claro que existía una crítica frontal para Guillermo Álvarez ; hoy es distinto, porque simplemente ha hecho lo lógico, lo necesario, darle a sus directivos camino libre para trabajar, regresarlos al Azteca, en fin, lo que solicitaban a gritos sus seguidores.
Y claro que empezó a funcionar. Con base en dinero, en contrataciones que se valoraron mucho por todos, el Cruz Azul ganó la Copa el torneo anterior; hasta Guillermo Álvarez bailó y bailó en el vestuario. Parecía que se acababa la maldición celeste y llegarían nuevos tiempos, exitosos, de la mano de la dupla Peláez-Caixinha, sin un solo proveedor de jugadores. El resultado en busca del título de Liga fue otro y la imagen cayó más rápido que tarde.
En esta ocasión no parece existir alguien, que tenga argumentos sólidos, que pueda hacer reclamo alguno al presidente del equipo. Y quien lo haga, faltaría a la memoria y a la aceptación colectiva que se hizo tras la llegada de Caixinha , pero —sobre todo— con el arribo de Peláez como esa figura que había mostrado la capacidad en América para controlar y planificar en un equipo grande, con toda la presión que existe.
¿Y los jugadores? ¿Por qué a ellos es, parece, a quienes menos se les critica o exige? Los futbolistas no dejan de vivir en una burbuja de comodidad, en la que cuando las cosas no salen bien, al primero que se señala para que deje al equipo es al técnico; el segundo, es el directivo; y al final, solamente queda descargar toda la culpa en el presidente o el dueño. Así se construye ese círculo vicioso en el que se ha metido de nueva cuenta el Cruz Azul.
Ganar en Veracruz es la obligación. Cualquier otro resultado movería el banquillo, y la siguiente decisión la tomaría Peláez, a quien Guillermo Álvarez ha dejado toda la responsabilidad y por ahora no ha rendido.
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