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Se llaman Dave Moretti, Steve Weisfeld y Glenn Feldman
. Son los jueces de la discordia de la pelea en Las Vegas entre Saúl Canelo Álvarez y Gennady Golovkin . El primero, repitió, fue de los que estuvo en el primer combate entre el mexicano y el kazajo, donde terminaron empatados.
La credibilidad no es el mayor valor del boxeo. Nunca lo ha sido y el sábado se demostró. Hay una fuerte y profunda crítica del público por lo que vio en el cuadrilátero, ya que la mayoría ve ganador al boxeador ex soviético.
Pocas veces se deja a un lado el patriotismo en el deporte, pero el sábado fue uno de esos extraños días, donde el gran público, ese que consume este tipo de acontecimientos, se indignó al escuchar que el Canelo ganó por decisión mayoritaria.
Al ser un deporte de apreciación, siempre se puede abrir polémica, y más cuando se trata de una especialidad tan popular, donde es tan fácil detectar quién le pegó más a su contrincante. No es como la gimnasia, clavados o el patinaje artístico, donde existe una calificación mucho más técnica y que el público desconoce por lo complejo; aquí no, es el deporte más simple de entender: quien le pega más al otro, gana. Y así lo hizo Golovkin .
Por eso, los medios masivos de comunicación tienen la gran responsabilidad de dejar a un lado el patrioterismo barato y explicar las cosas como son. Sin duda, uno de los analistas que mayor conocimiento tiene en este deporte es Eduardo Lamazón , quien siempre ha tomado un papel fundamental en la historia reciente del boxeo. ¿Cuál? Simple: comprometerse a calificar round por round la pelea que está relatando, con el único objetivo de ser, precisamente, objetivo.
Lamazón calificó el combate con un 116-112 en favor de GGG . Sin dejarse influenciar por la popularidad del Canelo, tampoco porque el boxeador es mexicano y en 15 de septiembre representa aún más el orgullo nacional. No, se atrevió a decir lo que millones de aficionados a este decrépito deporte vieron.
En una historia de terror se convierte el boxeo cada vez que pasa esto. Cuando el público parece haber olvidado pasajes como la fraudulenta pelea entre Connor McGregor, de la UFC, y Floyd Mayweather Jr., o el injusto empate en el primer combate entre los mismos protagonistas del sábado, o bien, cuando le encontraron a Antonio Margarito yeso debajo de sus guantes, gracias a que Shane Mosley solicitó la revisión.
O cuando Juan Manuel Márquez ganó evidentemente la pelea contra Manny Pacquiao y gracias a los jueces se decantó en favor del filipino, o cuando en 1993, el estadounidense Pernell Whitaker superó a Julio César Chávez en el ring, pero los jueces sancionaron empate, ante la incredulidad de los aficionados en el Alamodome de San Antonio.
En fin, es un deporte que se nos olvida lo altamente manipulado que puede estar cuando inicia una función, como la del sábado en la Arena T-Mobile de Las Vegas , aunque —al final— los jueces nos hacen regresar a la real historia de un deporte diseñado para vender Pago por Evento, para que el glamur se haga presente en las arenas y para que se puedan diseñar combates a futuro gracias a la complacencia de los jueces.
Si la autoridad del boxeo se atreviera a hablar, este deporte no existiría.