Tan sencillo ha sido el Hexagonal que, esta noche, cuando se obtenga el boleto al Mundial, iniciará una larga pretemporada de la Selección Nacional para encarar Rusia 2018. Entonces las pruebas, las improvisaciones, los cambios de posición, las rotaciones; en fin, el estilo peculiar de Juan Carlos Osorio, seguirá sin que exista alguien con un argumento sólido para hacerle cambiar de idea. Con la clasificación en la mano, hasta justificado será que lo haga.
Osorio pasará a la historia como el entrenador más cuestionado, pero el más efectivo, en la pobreza futbolística de la Concacaf. Tal vez no es ningún mérito, debiera ser un trámite, pero sus antecesores lo convirtieron en un premio, más apegado a la mediocridad que al cuento mentiroso y alarmante de que las distancias se han acortado. Hoy nadie habla de los avances de Honduras, de Panamá o Trinidad y Tobago, porque simplemente no existen.
Algunas selecciones de Centroamérica y del Caribe no se deben ofender. La pobreza es la realidad de su futbol. Son inexistentes. Que hayan tenido alguna buena eliminatoria no significa que estén a la par de México, Estados Unidos y Costa Rica. Si alguna vez han destacado, se debe a la baja de estos tres.
Está por finalizar una de las peores eliminatorias de la Concacaf, en nivel competitivo. Partidos horripilantes, sin sorpresas; vaya, hasta sin pasión. Por eso, Osorio pasará a la historia. Se convertirá en el entrenador que más puntos logró en la historia del Hexagonal definitivo para ir a una Copa del Mundo.
Pero todo eso de nada sirve, solamente es una bonita y satisfactoria estadística, porque lo contrataron para ganar el partido de octavos de final de la Copa del Mundo. Ni la Copa América, donde salió con un 0-7, ni la Confederaciones, donde se fue con un 1-4, ni mucho menos la Copa de Oro, donde vergonzosamente fue humillado por Jamaica y ese 0-1 que tanto ha dolido a la estructura del futbol mexicano. No, Osorio está en México para encontrar la gloria deportiva que se le ha negado a otros entrenadores, de quienes siempre se esperó más, mucho más, y fallaron en el mismo momento. Desde Raúl Cárdenas en 1970, pasando por José Antonio Roca en 1978, Bora Milutinovic en 1986, Miguel Mejía Barón en 1994, Manuel Lapuente en 1998, Javier Aguirre en 2002 y 2010, Ricardo La Volpe en 2006 y Miguel Herrera hace tres años. Todos con la misma característica: perdieron el día que debían ganar.
Por eso, ahora sí, la eliminatoria se convirtió en lo que debe ser siempre en esta área: un simple trámite, bien atendido por Osorio, pero lo que viene es lo serio, para lo que lo trajeron y para lo que debe dar resultados. Todo lo demás será un simple anecdotario.
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