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Conocí al Perro Aguayo en la Arena México a los ocho años.
Lo vi en el ring con esa furia que le caracterizaba, nadie como don Pedro para alterar las gradas y poner de pie a todos en cualquier escenario que se presentaba. Quedé sorprendido de lo que hacía el Perro —mejor sobrenombre no le pudo acomodar—, no se guardaba nada; terminé asustado por lo que había presenciado, pero al final, esa era la esencia de Aguayo en los encordados.
Fui testigo de la mejor etapa del Perro en la lucha libre. Los años 80 le dieron forma a lo que hoy ya es una leyenda. Mis viernes eran sagrados para asistir a la Arena México y presenciar una lucha sangrienta del Perro Aguayo . Mi tío Ernesto fue el culpable del gusto y admiración a este deporte desde aquellos tiempos.
Aguayo en aquellos gloriosos años era luchador independiente, su fortaleza era el extinto Toreo de Cuatro Caminos —al que por cierto mi tío nunca quiso llevarme—, que tradicionalmente abría sus puertas los domingos. Yo me enteraba de sus luchas en el Toreo por las revistas, las fotos y crónicas. Describían a la perfección la fiereza del Can zacatecano.
En la Catedral de la lucha libre, la Arena México , tuve la fortuna de ver grandes enfrentamientos del Perro; hizo una dupla fenomenal con Fishman . Nadie me lo contó, yo lo vi. Me estremecía con tanto odio de Aguayo , literal era una fiera.
Fui un privilegiado, sin duda alguna.
Gracias don Pedro por el amor y profesionalismo a este deporte.
Lo vamos a recordar toda la vida.
QEPD.
@elmagazo