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Siempre pensé que mis pensamientos y emociones eran completamente secretos y que de no hablarlos quedarían guardados sólo para mí, por lo que no afectarían a nadie. ¡Qué equivocada estaba!
¿Alguna vez has tirado una piedrita a una alberca o a un lago? Sin asombrarnos vemos la onda que se forma alrededor. Te invito a mirar ese efecto con nuevos ojos, a percibir la energía o vibración de la piedra en interacción con el agua, su viaje en ondas circulares desde el centro hacia afuera. A pesar de que la piedrita toca una mínima parte de la superficie, su impacto es mayor.
Ahora imagina que arrojas dos, tres, cuatro piedritas, verás cómo las ondas interactúan y se impactan unas a otras hasta formar una gran onda. Esa es la naturaleza de la energía. Lo mismo sucede con las ondas de la luz y del sonido, las cuales viajan en rangos de espectro a través del aire y del espacio de maneras que no podemos percibir, tal como sucede con las microondas, los rayos-X, las radiofrecuencias y las ondas electromagnéticas. Todo en el universo vibra y la energía respectiva se desplaza en ondas de distintos patrones y frecuencias.
¿Por qué habría de ser diferente con nuestros pensamientos y emociones si son impulsos eléctricos con una frecuencia vibratoria que un electroencefalograma o electrocardiograma puede leer?
Podríamos afirmar, entonces, que cada pensamiento genera un big bang: un pensamiento crea una emoción o energía en movimiento, que a su vez genera una vibración, esa vibración tiene una frecuencia y la frecuencia –compuesta por señales eléctricas– lleva información. Dicha información impacta en primer lugar a nuestras células, órganos y sistemas. Después se expande como las ondas en el agua e impacta a los más cercanos.
De hecho, al ser seres de energía, todo el tiempo emitimos información, tal como una estación de radio.
¿Tú qué transmites?
La pregunta se vuelve importante si eres padre o madre de familia. Los niños son especialmente sensibles a esa información que viaja en el espacio dentro de una casa o un lugar determinado. Recuerdo una vez, cuando mis hijos eran pequeños, que mi esposo y yo tuvimos una discusión dentro de nuestra recámara. Al bajar a la cocina a ver a los niños que merendaban, traté de actuar como si nada y mi hija mayor, que tendría unos cinco años, de inmediato me preguntó: “¿Qué te pasa mamá? Algo te pasa, ¿dime qué es?". A pesar de la sonrisa que fingí, Paola percibió mi estado de ánimo.
Comprender que nuestros pensamientos y emociones no son en absoluto secretos –en especial para los niños–, conlleva la enorme responsabilidad de ser conscientes de lo que emitimos sin palabras. Esa información impactará inexorablemente su seguridad personal y autoestima. Así que no sólo habitamos el planeta, sino que, en cada momento, para bien o para mal, impactamos todo y a todos.
Es así que a lo largo de los años cada uno de nosotros crea una especie de huella energética, compuesta de los diversos pensamientos, emociones y experiencias que en automático solemos tener, pensamientos inconscientes, que quizá ni nosotros aceptamos tener. Con ellos formamos una especie de sopa que tiene una vibración única, misma que los demás perciben cuando interactuamos o cuando alguien piensa en nosotros. Es así que nos ganamos el mote de “buena onda”, “mal vibroso”, “amargada”, “siempre feliz” y demás.
Como podrás ver, querido lector, querida lectora, nuestros pensamientos son tan secretos como una estación de radio a todo volumen.