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“Prometer y prometer, hasta meter. Una vez metido, olvidar lo prometido”. Frase vulgar y muy ordinaria, pero no por ello menos cierta. En épocas de campañas políticas, prometen curar todo, regenerar todo; casi como por arte de magia, todos venden soluciones revolucionarias y contundentes para acabar con los problemas del pueblo. Muchas de ellas terminan sólo en promesas, en erotizantes trampas con cara de invitaciones que —a veces— no alcanzan por sí solas y necesitan de un “empujoncito”; coimas para que se reflejen en votos.
Ya se ha escrito más de política en este espacio que lo que yo he podido leer o escuchar de alguna propuesta en materia de deporte o activación física de alguno de los candidatos a la Presidencia de la República .
En los Juegos Olímpicos, México es uno de los países que menos medallas consigue. Celebramos con lágrimas las victorias de los deportistas en las justas de alta competencia, porque sabemos y conocemos lo difícil que es para ellos, no sólo ganarle a los mejores, sino también la odisea que es para la mayoría hacer carrera en nuestro país.
¿Pero qué tal en diabetes infantil, en enfermedades relacionadas con el sedentarismo? México ocupa los primeros lugares en el mundo. Lo primeros, y también lloramos.
Sumas multimillonarias le cuestan al erario público combatir esos problemas de salud, dinero que puede ser empleado en otra cosa y, sobre todo, elevar la calidad de vida de los mexicanos.
Entiendo que establezcan prioridades, pero realmente no les parece necesario hacer más sana la vida y —de paso— ayudar al erario con planes, acciones y medidas preventivas. Entre promesas y descalificaciones, los candidatos parece que vuelven a condenar a nuestro país a una vida sedentaria, un país enfermo.