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Desconozco si el lector que pasa la mirada distraída por estas breves líneas haya vuelto a escuchar o a leer alguna declaración relativa a la llamada, durante tantos años, “Mafia del Poder”, a los “traficantes de influencias” que impusieron a un presidente “pelele” como Calderón y a otro “títere” como Peña Nieto, según calificativos del presidente virtual de México. No he vuelto a saber de la pandilla de corruptos que lucró aviesamente con los más caros valores de México. Si López Obrador no dejó de denunciar los atropellos, abusos, ataques abiertos o encubiertos en contra del erario mexicano y del equilibrio democrático del país durante sus interminables campañas presidenciales a lo largo de 12 años, ¿por qué el repentino silencio que parece ser entendido como una exoneración hacia aquellos feroces enemigos de las más grandes causas de México?
Si la erradicación de la corrupción fue la bandera electoral que condujo exitosamente al poder a AMLO, entonces, ¿por qué no se ha creado algo así como una futura Comisión de la Justicia orientada a investigar y denunciar los escandalosos peculados como los miles de asuntos impunes que se encuentran archivados en la Auditoría Superior de la Federación? ¿Y el 80% de pedidos del gobierno federal que se ejecutaron sin las licitaciones de ley? ¿Y la Estafa Maestra? ¿Y Odebrecht, entre otros tantos más? Si la justificada irritación social por los desfalcos fue aprovechada con gran talento por López Obrador para garantizar su triunfo electoral, y prometió hasta el cansancio la aplicación de la ley sin distinción alguna, si esa fue la prioridad a lo largo de seis años de duración de esta última campaña, ¿entonces por qué se le concede más atención a otros temas que no formaron parte del sistema de promesas políticas, como la creación de “coordinadores estatales” (un suicidio republicano) o la desconcentración de las secretarías de Estado o la reducción de los sueldos a la burocracia?
Si nuestro país se encuentra ávido de justicia, si la gran urgencia consiste en construir un Estado de Derecho, ¿porqué no se han colocado los primeros ladrillos de ese magnífico templo, en donde encontraremos los mexicanos la ansiada reconciliación nacional? ¿Por qué no se lleva a cabo una convocatoria con los colegios y escuelas de abogados con el objetivo de ganar el mayor tiempo posible y crear una procuraduría con afilados dientes para castigar con la debida severidad los crímenes impunes? ¿Por qué las trabas impuestas a la sociedad civil decidida a intervenir en el nombramiento de un fiscal anticorrupción autónomo, con facultades legales para investigar hechos constitutivos de delitos del jefe de la Nación para abajo, como ocurre en Brasil, Guatemala y Perú, entre otros tantos países más? ¿Por qué? ¡Claro que los problemas de la nación son inmensos y claro también que no se pueden resolver todos de golpe, pero si existe un tema de particular malestar en el electorado, es el enriquecimiento salvaje, mucho más que explicable de los funcionarios públicos (sálvese quien pueda…) que no parecen estar inquietos siquiera, en modo alguno, desde que la “Mafia del Poder” parece haber sido exonerada, según lo establecen las evidencias expresadas a través de inadmisibles silencios.
Lo malo es la enorme plantilla de burócratas, la existencia de un Estado terriblemente obeso en la era de las computadoras, lo bueno es adelgazarlo; lo malo son los impresionantes emolumentos de los funcionarios públicos incluidos los integrantes de todos los poderes de la Unión y el abismal costo de sus respectivas indemnizaciones, lo bueno es reducir sus ingresos a niveles racionales sin dejar al garete al gobierno ni estimular la corrupción por los bajos sueldos; lo malo es la concentración de organismos públicos y de secretarías de Estado en la capital de la República, lo bueno es distribuirlas por todo el país; lo malo es la importación de gasolinas y lo bueno es invertir miles de millones de dólares en la construcción de refinerías para producirlas en México y evitar la importación de hidrocarburos; lo malo es la existencia de empresas energéticas arruinadas porque el gobierno ha sido un pésimo empresario, y lo peor es insistir en el error al volver a nombrar políticos sin experiencia en petróleo o en fluido eléctrico para administrar a las dos empresas publicas más grandes y desasadas de México.
Algo de lo malo ha quedado enunciado, pero lo peor es la existencia de un presupuesto comprometido con el que resulta muy complejo satisfacer las necesidades de la nación y más aún si se intenta satisfacerlas en términos inmediatos, sin una estrategia financiera clara y factible, confundiendo la palabra sexenio con semestre.
Si se trata de consolar a la nación después de tantos agravios es la hora de sentar en el banquillo de los acusados a la “Mafia del Poder”, salvo que se haya tratado de un exitoso slogan de campaña, o dicho sea sin eufemismos, hayamos sido otra vez víctimas de una estrategia para tomarnos el pelo de altísimo costo político…
Twitter: @fmartinmoreno