¿Acaso pensamos que más de 50 millones de mexicanos sepultados, atenazados por la pobreza, iban a permanecer mudos y olvidados sin pasarle jamás la cuenta a una sociedad egoísta que analizaba las encuestas relativas al creciente número de marginados con pasmosa frivolidad e indiferencia? ¿Sí…? ¿Nunca iba a aparecer un abanderado de las causas justas, un “salvador” dispuesto a lucrar en su beneficio político con la desesperación, la frustración y el coraje de los desposeídos en materia de educación, de ingresos y de los más elementales satisfactores materiales exigidos por la dignidad humana? ¿No…? ¿Jamás pasó por la mente de una comunidad indiferente ante el malestar y el sufrimiento colectivo que, alguna vez, alguien se acercaría a esas masas depauperadas e históricamente engañadas con promesas incumplidas y les garantizaría, ahora sí, el acceso a lo que siempre soñaron y nunca tuvieron, como educación, bienestar y justicia?
Los programas gubernamentales de rescate y ayuda a los excluidos de la evolución y del progreso, las dádivas y regalos en efectivo, los subsidios demagógicos entregados, no demostraron su eficacia. Uno tras otro fueron sustituidos con diferentes títulos tan sesudos, como inútiles. La pobreza continuó, el desánimo y la postración, también. Ni Solidaridad ni Progresa ni Oportunidades ni Prospera lograron abatir la pobreza. El escandaloso fracaso educativo, el origen mismo de los males, amplió dramáticamente el numero de marginados. Somos un país de reprobados, y tan lo somos que casi la mitad de la población no sabe hacer nada. Y nuevamente la sociedad, ¿acaso se impuso la obligación de educar, de invertir en escuelas, academias y universidades con convicciones filantrópicas, además de pagar impuestos y contratar empleos? ¡No, claro que no!: en términos generales (sí, existen quienes pueden salvarse) la filantropía en México, esa ayuda que se brinda generosamente al prójimo sin exigir algo a cambio, es una práctica en desuso. ¿Por qué no tenemos universidades privadas como Stanford, Yale, Princeton, Chicago, Columbia y Harvard, entre otras tantísimas más? ¡Claro que ahí está el ITAM, la Ibero, el Tec, etcétera!, pero cada mexicano titular de una gran riqueza debería haberle devuelto a México una gran escuela a cambio de su fortuna. No fue así: el interés personal se impuso por encima de cualquier sentimiento humanitario. ¿Creímos que esta renuncia temeraria a cooperar con la beneficencia pública no iba a tener consecuencias? ¿El feroz acaparamiento de bienes sin beneficios sociales colaterales se iba a llevar a cabo impunemente?
Existían dos opciones, entre otras más: o los marginados eran organizados a través de un líder enardecido y dispuesto a lo que fuera con tal de despertar al “México Bronco” por medio de las armas o surgiría un “guía”, un nuevo redentor que por la vía pacífica aprovecharía la desazón y los sueños generacionales frustrados para llegar al máximo poder mexicano como un abanderado de los pobres, en el entendido que sería la última oportunidad concedida a político alguno antes de recurrir a la violencia. En el evento nada remoto de que López Obrador llegara a la Presidencia el 1 de julio, ¿alguien se puede imaginar lo que acontecería en México si durante su gestión aumentara el número de marginados y desesperados, si se multiplicara el número de pobres ante más estrategias equivocadas e inútiles? ¿Qué acontecería si las esperanzas depositadas en AMLO se convirtieran en más desilusión y pobreza? ¿Qué haríamos ante más desencanto nacional si el escepticismo político se disparara a niveles incontenibles? La inmensa mayoría de desesperados le creen a AMLO, confían en él y en su habilidad mágica para cambiar su desastrosa condición que ningún gobierno ha logrado modificar, sino en todo caso complicar. ¿Y si vuelve a fracasar con su indigerible verborrea? ¿Y si no se abate la corrupción, sino que se multiplica como acontece en las “alcaldías” de la Ciudad de México “gobernadas” por Morena, sin olvidar a esas mismas entidades podridas administradas por la oposición, igualmente putrefacta?
Ni los gobiernos representantes de la Dictadura Perfecta, ni los sexenios frustrantes de la supuesta alternancia del poder, en realidad, un mero continuismo, ni la sociedad adinerada y enceguecida, ávida de más bienes a cualquier costo, se ocuparon exitosamente de los desamparados mediante técnicas eficientes de rescate sin considerar que, tan pronto el 1 de julio de 2018, los desesperados harán uso masivo de la palabra en las urnas, esta última vez por medio de boletas electorales. Si fracasa López Obrador, si incumple sus promesas de campaña, las diferencias ya no se resolverán por medio de boletas electorales, sino tal vez con arreglo a las balas.
¿Cuándo entenderemos que estamos jugando con la paciencia nacional y que, ahora, por el momento, tal vez tendremos que pagar una carísima factura llamada AMLO ante la incapacidad o la indolencia pública o privada, de resolver las dramáticas carencias del prójimo? Esta factura será muy cara, ¿pero y si, como acontece con los populistas, AMLO también quiere tanto a los pobres que los multiplicara por doquier?
Es la última llamada, llegue quien llegue a la Presidencia, para rescatar a millones de mexicanos de la pobreza. Última llamada, la última. “El colapso de la educación es el colapso de la nación...”
Twitter: @fmartinmoreno