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Al confirmar detenidamente las promesas económicas de López Obrador, ya en su carácter de presidente electo, no pude evitar en mi carácter de novelista, imaginar la terrible sensación de agobio que podría estar experimentando Carlos Urzúa, el futuro secretario de Hacienda y Crédito Público, a partir del 1 de diciembre de este patético año en curso. Estamos frente a la figura de un técnico de gran solidez profesional, según lo demuestra su apabullante currículum, en donde consta ser licenciado por el Tec de Monterrey y maestro del CINVESTAV, ambos créditos académicos en matemáticas; titular de un PHD en economía de la Universidad de Wisconsin-Madison, profesor en el Departamento de Economía de la Universidad de Georgetown, además de la Escuela Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton y para rematar también del Departamento de Economía de El Colegio de México, un catedrático reconocido internacionalmente por sus conocimientos en la materia económica y financiera, una autoridad en toda la extensión de la palabra.
Con semejantes credenciales académicas el maestro Urzúa domina la teoría económica y conoce las consecuencias de ignorar las más elementales y complicadas reglas de las finanzas públicas, no solo para cuidar la marcha armoniosa del país, sino para evitar daños adicionales a los marginados, a quienes no se les puede lastimar aún más, sino que se les debe rescatar de la pobreza utilizando todo el poder del Estado aliado con el sector privado. Es nuestra última llamada antes de volver a despertar al México bronco e intentar resolver nuestras diferencias e injusticias de nueva cuenta con las manos, en el mejor de los casos…
El presidente López Obrador no solo ofreció reducir el IVA al 8% y el ISR al 20%, respectivamente en la frontera, reducción que según los primeros cálculos implicaba una merma en la recaudación de federal de 11 mil millones, cifra que ahora se eleva a 38 mil millones, antes de considerar el número de empresas que podrían mudar su domicilio fiscal a la franja fronteriza para disfrutar las ventajas fiscales. Además de lo anterior, prometió no imponer nuevos gravámenes ni contratar más deuda pública con el ánimo de no endeudar aún más a la nación, tal y como lo hicieron irresponsablemente Peña Nieto y Videgaray durante el sexenio que afortunadamente concluye sepultado en la ineficiencia y en una pavorosa corrupción nunca conocida en la dolorida historia de México.
Además de ejecutar las citadas reducciones tributarias, López Obrador dedicó un “borrón y cuenta nueva” solo a sus paisanos consumidores de luz de CFE, a quienes les condonó 43 mil millones de adeudos vencidos; duplicó la pensión a los adultos mayores, creó un programa de ayuda económica para jóvenes, para bachilleres, universitarios y ninis, cuyo conjunto pueden llegar a valer hasta 252 mil millones; se comprometió a impedir más gasolinazos, para lo cual deberá continuar sacrificando el cobro fiscal multibillonario del IEPS, absorbiendo tanto una parte de los incrementos del precio internacional del combustible, como de la devaluación del peso, con tal de evitar efectos inflacionarios. ¿Más subsidios? El del precio de garantía del maíz que se elevará, cuando menos a otros 15 mil millones, más las indemnizaciones laborales por 150 mil millones, a quienes se nieguen a reducir sus salarios a menos del sueldo del presidente, más otros 100 mil millones iniciales (solo iniciales) para empezar a descentralizar el gobierno. ¡Claro que en esta brevísima enumeración no puedo dejar fuera del tintero los 50 mil mil millones de costo para construir una refinería, más los otros 300 mil millones que requiere Pemex para rehabilitar las existentes y destinar una buena parte de dichos recursos a la exploración y explotación de nuevos mantos petroleros…! ¡Uuuuufffff! ¡Ah, y el tren maya, entre otras inversiones faraónicas que solo costarán otros 150 mil millones, todo un conjunto de gigantescas erogaciones que, según AMLO, serán financiadas, entre otros rubros por la erradicación total de la corrupción, esfuerzo que compensará el gasto público con un ahorro valuado en 500 mil mil millones, cifra que hasta la fecha nadie conoce a ciencia cierta ni equivocada, cómo se ahorrarán…
Por todo lo anterior, y ante un escenario presupuestal comprometido por el gasto corriente originado por la existencia de casi 4 millones de burócratas, más el costo por el servicio de la deuda pública, sumado a otros conceptos que solo dejarían disponible un gasto de 15% del presupuesto se ve difícil, si no es que imposible, cumplir con las promesas ingrávidas de campaña de López Obrador.
No me cuesta trabajo entonces, imaginar al maestro Carlos Urzúa, válgase la fantasía hípica, montado con los ojos vendados, a pelo y al revés, sobre un caballo al que “alguien” le da un fuetazo que provoca la fuga enloquecida de la bestia, mientras el jinete busca desesperado asirse al menos de la cola antes de un desenlace a todas luces previsible. Hugo Margain, un ejemplar secretario de Hacienda, se “cayó del caballo” y al caerse, se empezaron a manejar las finanzas públicas desde Los Pinos, por lo que no tardó en presentarse la devaluación de 1976.
¡Qué terribles pesadillas debe padecer el maestro Urzúa al darse cuenta de la imposibilidad de financiar el gasto público sin volver a destruir la economía! Por lo que en este cuento político, solo en este cuento, él, mi personaje central, el gran protagonista, el gran experto en finanzas de mi historia, decidió renunciar antes de saberse cómplice de un nuevo desastre…
Twitter: @fmartinmoreno