Cuando Enrique González Pedrero escribió un par de señores tomos, un poderoso ensayo histórico intitulado El país de un solo Hombre, relativo a la vida de ese pintoresco y corrupto mexicano llamado Antonio López de Santa Anna “de cuya memoria nadie quisiera acordarse”, empecé a extrapolar las conclusiones del querido maestro para analizar las posibilidades de que México hubiera sido siempre el país un solo hombre y no solamente durante las once patéticas estancias de su Ilustrísima Serenísima en el poder, sino a lo largo de toda la historia política de México.
Durante la sorprendente civilización mexica, quien gobernaba sin conceder espacio alguno a la oposición, era sin duda, el Huey Tlatoani, si acaso, aconsejado en su momento por un consejo de ancianos. La palabra del Huey Tlatoani, “gran gobernante, gran orador”, al mismo tiempo supremo sacerdote, era incontestable e irrefutable, al extremo que estaba prohibido atreverse siquiera a verlo a los ojos, como fue el caso de Moctezuma Xocoyotzin. ¿Democracia en Tenochtitlan durante 200 años de duración del imperio mexica? ¡Cero!
A raíz de la invasión española el siglo XVI, apareció otro hombre, el virrey de la Nueva España, que dirigía a la nueva colonia de acuerdo a sus estados de ánimo y a la voz de “obedézcase, pero no se cumpla”, según se trataba de instrucciones provenientes del rey de España, la cuales, al llegar a América después de semanas de viaje a través del Atlántico, tal vez ya eran inoportunas e inaplicables en la práctica. ¿Democracia en la Nueva España a lo largo de otros 300 años? ¡Cero!
Cuando concluyen en el siglo XIX casi 11 catastróficos años de la Guerra de Independencia, México siguió siendo el país de un solo hombre, si no perdemos de vista que entre unos y otros, políticos y militares, se arrebataban el poder, realidad difícil de refutar al constatar cómo Santa Anna, el “Benefactor de la patria”, regresó 11 veces al poder, según ya ha quedado denunciado. Durante los casi 14 años en el poder de Benito Juárez, a raíz del estallido de la Guerra de Reforma y de la imposición brutal del segundo imperio mexicano encabezado por Maximiliano, y del arribo de Porfirio Díaz, harto de las reelecciones que continuarían, con gran cinismo, hasta principios del siglo XX, seguimos siendo, por la razón que se desee, el país de un solo hombre. ¿Democracia en el siglo XIX, salvo algunos pequeños momentos dignos de ser rescatados? ¡Cero!
En el siglo XX continuamos siendo, lamentablemente, el país de un solo hombre, durante la salvaje imposición de la diarquía Obregón-Calles, hasta llegar al gobierno de Lázaro Cárdenas, en donde se instaló la llamada Dictadura Perfecta, presidida obviamente por un solo hombre, que concluyó en 1997, cuando el PRI perdió el control del Congreso de la Unión y habían empezado a llegar gobernadores de la oposición al poder.
Durante la llamada “alternancia del poder”, a lo largo de 12 años encabezados por Fox y Calderón, la democracia mexicana parecía evolucionar favorablemente a la luz de la afortunada existencia de diversos partidos políticos que discutían la problemática nacional para tratar de encontrar las mejores soluciones de cara a la marcha del país. La nación, dentro de un ejercicio electoral democrático, resolvió retirar al PAN de Los Pinos, para elegir de nueva cuenta al PRI, cuya gestión concluyó con una sonora y dolorosa patada en aquel lugar, en donde la espalda cambia de nombre… El país de un solo hombre parecía haber desaparecido para siempre. Los mexicanos nos dedicábamos a construir, aun cuando extemporáneamente, una democracia, en cuyo seno soñábamos con armar un eficiente Estado de Derecho que garantizaría la evolución material, ética y cultural del país que supuestamente todos deseábamos.
Pero, ¡oh, sorpresa!, cuando las inmensas mayorías nacionales confesaron su justificado hartazgo en las urnas ante la presencia de una administración podrida e ineficiente, decidieron, el 1 de julio pasado, dar una siniestra marcha atrás a las manecillas de la historia para volver al conocido esquema patético, del país de un solo hombre, del que ya nadie, en principio, deseaba acordarse por las terribles consecuencias que se habían derivado de la ausencia de una democracia. No deseábamos supuestamente volver a ser gobernados de acuerdo a los estados de ánimo y convicciones personales de un solo individuo. ¿Resultado?
De acuerdo a una incontrovertible decisión popular nos dimos un tiro en el paladar al votar por el gobierno de un solo hombre dentro de un intenso arrebato político lleno de justificada furia, pero apartado de la razón. Hoy el Congreso de La Unión es dominado por un solo hombre y de llegar a instalarse el llamado Tribunal Constitucional por encima de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, entonces, el Poder Judicial también estará controlado por un solo hombre, tal y como acontecerá con los gobernadores del país que tendrán que acordar con los llamados “coordinadores estatales”, con lo cual se estará atentando gravemente contra el pacto federal. Ahora sólo falta desintegrar las autonomías como la del Banco de México, la del Inai, la del Inegi y hasta llegar a la de la UNAM, según puede apreciarse en los recientes ataques de los porros a la comunidad estudiantil.
¿A dónde va México con un Poder Judicial, con un poder legislativo, con unos gobernadores controlados desde Palacio Nacional como en los aciagos años de la República centralizada, cuando perdimos Tejas, así con Jota, sí, a dónde vamos si se llegan a desmantelar las instituciones democráticas como el Trife y su decisión suicida, unánime y vergonzosa, de perdonar una multa absolutamente justificada impuesta por el INE? Adiós al Trife podrido, ¿también al INE? ¡Horror!
¿Cómo es posible que por la vía democrática hayamos vuelto al país de un solo hombre, cuando la historia nos había demostrado hasta la saciedad las terribles consecuencias de su existencia? ¡Cuántos años de esfuerzo de tantas generaciones fueron tiradas por la borda! La nación votó por la destrucción de la democracia a través de la democracia. Ahora tendremos que pagar las consecuencias…
Twitter: @fmartinmoreno