Ante la mirada candorosa del electorado escasamente informado, los integrantes del PRI aparentan un bloque monolítico impenetrable, sólido y ejemplar en el mundo político nacional e internacional. ¿Qué país no desearía contar con un partido en el que todos piensan estrictamente lo mismo, en el que los legisladores federales y locales, gobernadores y presidentes municipales, todos, absolutamente todos, están uniformados y comparten idénticos criterios sin divergencia alguna? EL PRI, una institución proteica que igual puede ser de derecha o de izquierda o del extremo centro, según el gerifalte en turno, debe producir una enorme envidia entre los líderes políticos del planeta, salvo el caso del Partido Comunista chino, en donde quien se salga de la raya y pretenda ejercer una posición adversa a los lineamientos oficiales, igual puede ser declarado un enajenado mental digno de ser encerrado en un manicomio del gobierno, o encarcelado de por vida al ser declarado un enemigo del pueblo.
En México, en el PRI, jamás se podrá identificar a un senador republicano, como Robert Corker, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, uno de los hombres que apoyaron la candidatura de Donald Trump y ahora le dispara a quemarropa al jefe de la Casa Blanca: “Usted no ha sido capaz de mantener la estabilidad ni parte de la competencia que debe demostrar”. Ahí está también el caso de James Lankford, republicano de Oklahoma, que considera al presidente como un individuo que “enturbia la aguas”. Jeffry Flake de Arizona, republicano, publicó un libro en el que llama explícitamente a los de su propio partido a oponerse a Trump. Mitch McConnell, de Kentucky, líder de la mayoría senatorial republicana, se opuso abiertamente al presidente por no coincidir con la derogación del Obamacare. Ahí quedan también John McCain, de Arizona, Lindsey Graham, de Carolina del Sur, y Lisa Murkowski, de Alaska, entre otros tantos republicanos más, colocados en contra de diferentes posturas de Trump quien, dicho sea de paso, se comporta públicamente como un bravucón, un auténtico peleador callejero.
Existen muchos ejemplos adicionales de personajes políticos en otros países, quienes también critican las decisiones de sus respectivos líderes y refutan abierta y públicamente las posiciones asumidas por sus partidos. Sí, en efecto, así sucede, pero no es mi interés en este breve espacio llevar a cabo un análisis de esa naturaleza, sino tratar de explicar las razones de la existencia de un hermético e irrompible bloque monolítico en el PRI, mismo que no se da por coincidencias ideológicas o políticas, ¡qué va!, sino porque, aun cuando existan diferencias de fondo, estas se ocultan, jamás se confiesan, se degluten en seco, con agua o sin ella, trátese o no de un sapo, un bufónido remojado en sus propias heces, en virtud de la existencia, dentro del cajón presidencial, de un expediente a nombre de cada priísta facineroso.
Si algún integrante del tricolor tuviera el atrevimiento suicida de oponerse a la inapelable e inatacable voluntad presidencial marcada desde Los Pinos, de inmediato se echaría mano de su expediente personal, en el que constarán innumerables bienes mal habidos, por lo general originados en negocios turbios, tráfico de influencias, lavado de dinero hasta llegar al descarado peculado. Conductas desaseadas e ilícitas tan propias del PRI, que en un docena de años más cumplirá un siglo de hegemonía política en México, con la patéticas “alternancias en el poder” de Fox y de Calderón, quienes no pudieron —tal vez ni siquiera lo intentaron— desmantelar el sistema priísta, que entre otros “aciertos” sepultó a 50 millones de mexicanos en la pobreza, el caldo de cultivo ideal para el arribo de un temerario populista del corte de López Obrador, un Donald Trump de extracción tropical que pretendería gobernar con ideas sacadas del bote de la basura de la historia de las doctrinas políticas y económicas.
En resumen, y como parte de un cuento compuesto con diversas fantasías políticas, debo señalar que cada priísta tiene colocado en el apéndice sacrocoxígeo, una bomba de tiempo a control remoto que el Jefe de la Nación podría hacer detonar después de analizar detenidamente el expediente del rebelde de marras, quien doblará las manos y se someterá a los deseos presidenciales, so pena de ver publicados los datos de sus ranchos en México o en Texas, de sus inversiones en paraísos fiscales o de sus cuentas de cheques existentes de diversos países.
He ahí la razón del bloque monolítico del tricolor. Cada priísta tiene uno o más muertos escondidos en un clóset, cadáveres que de ninguna manera desean ver expuestos en términos macabros ante la opinión pública. Ningún priísta protesta si Peña Nieto se comprometió a erradicar la corrupción durante su campaña electoral y hoy no sólo no ha cumplido con sus promesas, sino que la putrefacción política nacional despide hedores mefíticos a lo largo y ancho del país. México apesta y, sin embargo, no contamos con un procurador general ni con un fiscal electoral ni con un fiscal anticorrupción.
Santiago Nieto, el ex fiscal que en mala hora se desistió de su elevado cargo, había denunciado los delitos electorales cometidos en Veracruz, Quintana Roo, Coahuila y Chihuahua, comenzaba a investigar el tráfico de influencias conocido como Odebrecht y constituía una severa amenaza para el PRI de cara a los procesos electorales del año entrante. Se trataba de un fiscal incómodo. El PRI, en bloque, apoyó su destitución con disciplina política originada en turbias complicidades que deben quedar herméticamente archivadas en el cajón presidencial.
Es evidente que quien vote por el PRI en 2018, habrá perdido para siempre su derecho a quejarse, pero ¡oh, paradojas de la política mexicana!, ante el justificado hartazgo de la sociedad, la decisiones de Peña Nieto están pavimentando el camino de López Obrador hacia la Presidencia de la República, otro auténtico peligro para México. ¿Qué los mexicanos no tenemos memoria? No subestimemos al electorado nacional: no hay enemigo pequeño…
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