“A los 20 años de edad todos somos marxistas, pero el que lo continúa siendo a los 40, sin duda, es un imbécil”. Winston Churchill
Cuando Cárdenas expropió los ferrocarriles allá por 1937, fue imposible revertir la decisión al poder ser considerada como una traición a la patria, una agresión a la figura histórica de Tata Lázaro, una salvaje embestida perpetrada en contra del semi dios michoacano, el supuesto protector de los desvalidos, de los marginados y de los desesperanzados que ya no creían ni en la virgen. Con el paso del tiempo, la empresa operada por el sindicato respectivo, en contubernio con directivos ignorantes de temas administrativos o corruptos o todo junto, nombrados por el presidente en turno, comprobaron sin enmendar el error, cómo el país se paralizaba, las vías férreas se abandonaban, el pueblo hambriento e irresponsable, junto con la delincuencia organizada o no, desmontaba los rieles de acero y los durmientes de madera extraídos de los bosques mexicanos para vender a cualquier precio el origen de su prosperidad a empresas recicladoras, en tanto pueblos y ciudades se quedaban incomunicadas. Baste con imaginar a un agricultor o a un industrial o comerciante que llegara a la estación ferrocarrilera para transportar sus productos y se enterara que ya nunca llegaría el tren… El desastre en pleno.
¿A quién se le ocurre nacionalizar una compañía tan vital para los intereses de México para entregársela a los obreros que escasamente podían escribir su nombre sin cometer faltas de ortografía? ¿Bravo…? ¿Quién iba a ser el mandatario imperial que se atrevería a privatizar, sí a privatizar dentro de un honorable concepto de legalidad, o a asociarse con el sector empresarial para sacar el máximo provecho del esfuerzo faraónico ejecutado por Porfirio Díaz cuando construyó 20 mil kilómetros de vías férreas para unir al país, en lugar de desunirlo tal como hizo el perverso Tata con todas sus terribles consecuencias en contra de quienes más deseaba proteger.
¿Usted, querido lector, cree que algún jefe de la Nación, uno de los “infalibles” intérpretes de la voluntad nacional pertenecientes a la “Dictadura Perfecta”, iba a dar marcha atrás a la decisión de Lázaro Cárdenas, a sabiendas que se condenarían en la hoguera más recalcitrante del infierno? ¿Cualquiera de los ídolos priístas iba a revertir la medida que paralizaba a la nación, lo cual hubiera equivalido a bajar la estatua de oro de Lázaro Cárdenas de su inmenso pedestal de mármol blanco impoluto para tirarlo al bote de basura de la historia de México? ¡No, jamás! La expropiación de los ferrocarriles obstaculizó nuestro desarrollo comercial interno y externo de México, nos hizo menos competitivos por el costo de los fletes, disminuyó el tráfico de personas y de bienes, lastimó al turismo, difirió el crecimiento del país, según se fueron cancelando, con el paso del tiempo, los ramales ferroviarios hasta llegar a la quiebra total y a la liquidación de la empresa, uno de los orgullos de México. Para tratar de remediar el terrible daño se tuvo que recurrir al uso de camiones, o sea, a la edad de piedra en la era de las comunicaciones, con el consecuente perjuicio al sistema carretero por el peso de las unidades. ¿Qué tal el Eurostar que une a Francia y a Inglaterra por abajo del Canal de la Mancha…? ¿No ocurriría nada si el país se quedaba sin ferrocarriles? ¿No…?
El tal Tata comenzó obtusamente con el proceso de obstrucción de las arterias por las que circulaba la gran energía mexicana y ya nadie logró liberarlas. Si bien es cierto que hubo intentos previos para construir vías férreas, fue Benito Juárez, el auténtico Padre de la Patria, quien entregó la primera concesión privada para conectar Veracruz con el Pacífico en 1861. Cárdenas no aprendió de Benito Juárez ni a escribir su nombre…
¿Una breve comparación sin recurrir a los sistemas ferrocarrileros japoneses, ingleses o estadounidenses? Francia que cuenta con una tercera parte de territorio de México, transportó de 1981 a 2013 a dos mil millones de pasajeros, (leyó usted bien, 2,000, 000,000 de personas) o sea, a 63 millones al año en promedio, en tanto que España movió a 31 superando a más del doble de los viajeros que utilizan líneas aéreas en la península. ¿Qué país tendríamos si los ferrocarriles mexicanos movieran al menos 15 millones de personas y 150 millones toneladas al año? La derrama turística se traduciría en decenas de miles de empleos en hostelería y restauración, en generación de riqueza, en el disparo del PIB regional, en expansión comercial e industrial, en competitividad de cara a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos y al mundo, al lograr abaratamiento de los costos de transporte…
La ruina de los ferrocarriles mexicanos decretada torpemente por Cárdenas, ocasionó que los mexicanos no pudiéramos transportarnos en tren, ya no se diga 15 millones, sino ni una sola persona, nada, nadie, salvo viajes cortos de recreo, para ya ni hablar de la imposibilidad de producir una derrama turística ni de crear empleos, ni de generar riqueza, ni de provocar un disparo del PIB regional, ni de estimular la expansión económica y la competitividad en nuestras exportaciones ni de incrementar la recaudación fiscal para aumentar el gasto social del gobierno…
¿Quién tiene más culpa de la debacle, el que originó la tragedia o el que la continuó cobardemente? En todo caso, la Dictadura Perfecta prefirió seguir con homenajes al máximo “santón” de la política mexicana, en lugar de velar por el bienestar de la sociedad mexicana. Cárdenas también quería tanto a los pobres que los multiplicó hasta el infinito como veremos en la siguiente entrega…
Twitter: @fmartinmoreno