La expropiación petrolera creó una gran ilusión de riqueza que en los hechos nunca se dio. Existe la creencia absurda de que cuando Cárdenas expropió el petróleo prohibió, simultáneamente, la inversión extranjera y canceló la participación de capitales privados en la extracción, la refinación y el transporte de petróleo. ¡Falso, absolutamente falso! Semejante enmascaramiento de la realidad responde a los intereses de un pequeño grupo colmado de privilegios: los políticos, los líderes sindicales de Pemex y cierto grupo de académicos fanáticos.
Cárdenas expropió “la maquinaria, instalaciones, edificios, oleoductos, refinerías, tanques de almacenamiento, vías de comunicación, carros-tanque, estaciones de distribución, embarcaciones y todos los demás bienes muebles e inmuebles” de las empresas extranjeras. El petróleo, según la Carta Magna de 1917, ya era propiedad de los mexicanos: ¡el suelo y el subsuelo son propiedad de la nación!
Una vez reconocidas las limitaciones tecnológicas y financieras prevalecientes en el país, dándose finalmente cuenta del desastre que se avecinaba, Cárdenas recapacitó e invitó a los capitales privados a volver a invertir en la industria petrolera. Reculó tarde, muy tarde, pero reculó. Recordemos los hechos: en 1939, Cárdenas reformó el artículo 7º de la Ley Reglamentaria del artículo 27 constitucional en materia de petróleo, para incluir un párrafo revelador: “podrán celebrarse contratos con los particulares, a fin de que éstos lleven a cabo, por cuenta del Gobierno Federal, los trabajos de exploración y explotación, ya sea mediante compensaciones en efectivo o equivalentes a un porcentaje de los productos que se obtengan”. ¡Sorpresa! Cárdenas —el icono preferido de la izquierda estatizadora— no se comportó como un fanático radical y suicida, sino como un “neoliberal”, creador del esquema de contratos de riesgo que se convirtió en el estándar internacional para operaciones petroleras: si se exploraba una zona y se encontraba petróleo, la ganancia se repartiría entre ambos socios, así se beneficiaría efectivamente el país y los socios energéticos se harían de una formidable ganancia legítima. Todos contentos.
Ni Cárdenas ni Ávila Camacho estaban en contra de participación de capitales privados en las operaciones petroleras y mucho menos se oponían a los contratos de riesgo. Ambos pretendían abrir nuevas oportunidades a la inversión del capital privado en la industria petrolera en términos de una economía mixta, en donde organismos controlados por el gobierno, imprimirían a la participación privada un sentido de utilidad social.
Casi 20 años más tarde, Adolfo Ruiz Cortines condujo al país y a la industria hacia un despeñadero al reformar la Ley Reglamentaria del 27 constitucional para que una industria tan vital para la nación fuera “no solamente controlada por el Gobierno, sino monopolizada por el Estado…” La debacle era inminente al quedar cancelada la participación de capitales ajenos al gobierno, crearse un pesado y corrupto monopolio y entregar la riqueza de la nación a los políticos y a los líderes podridos del sindicato de Pemex. La empresa más importante del país quebraría con el paso del tiempo, al confirmarse aquello de que el gobierno es un muy mal empresario. A los hechos.
En los 40 años siguientes a la expropiación petrolera no hubo exportación de crudo que valiera la pena y, además, se tuvo que importar gasolina, la mejor prueba para demostrar ineficiencia burocrática y la incapacidad operativa y administrativa del gobierno. En el petróleo nacionalizado ni un paso atrás, pero tampoco uno para adelante.
¿Cómo podíamos ser un país pobre y quebrado cuando flotábamos en petróleo y contábamos con 280 mil millones de dólares, el valor de nuestras reservas de hidrocarburos en 1980, más los nuevos descubrimientos que se hubieran logrado en los siguientes años. Hubiéramos podido fundar un nuevo país, pero volvimos a perder la oportunidad al extremo de que hoy existen casi 50 millones de compatriotas sepultados en la pobreza, sin olvidar a los 35 millones de braceros que huyeron a Estados Unidos en busca del bienestar del que carecen en México. ¿Dónde estuvieron las ventajas en el orden económico y social?
El nacionalismo suicida de Ruíz Cortines, prohibió el acceso a capitales foráneos en la industria petrolera, a pesar de que éstos significaran la creación de riqueza y la generación de ahorro público para construir más escuelas, carreteras, vías generales de comunicación, hospitales, universidades, puestos de trabajo y sobre todo más posibilidades de bienestar para todos los mexicanos.
México siguió importando tecnología petrolera, además de gasolinas y gas, sin procurar una propia, salvo en ciertos casos aislados sin la menor trascendencia. ¿Cuánto dinero y tiempo se requería para desarrollar una tecnología propia? Hoy somos más dependientes que nunca de nuestros vecinos del norte. Ellos, los expropiados, sí supieron diseñar estructuras tecnológicas y financieras imprescindibles para desarrollar empresas exitosas privadas en el contexto de una amplia libertad comercial, política y jurídica.
Cárdenas tuvo razón al dejar abierta la puerta a los capitales foráneos, aun cuando en las actuales marchas callejeras aparezcan fotografías con su rostro pretendiendo exhibirlo como el hombre que impidió a los extranjeros, dueños de tecnologías y recursos económicos petroleros, volver a participar en el desarrollo económico de México, otro mito más que debe ser desmentido sin tardanza alguna.
AMLO debería reconocer el catastrófico error de octubre, el de la cancelación irresponsable y suicida del aeropuerto que puede aportar 1.5% de crecimiento económico en nuestro país, cuando recibamos a 70 millones de personas en dicha central aérea. Si Cárdenas reaccionó e invitó a los capitales extranjeros a desarrollar la industria petrolera, lo menos que podría hacer López Obrador en un ejercicio racional, es dar marcha atrás a su decisión de cancelar el aeropuerto y evitar un error que no solo manchará su gobierno, sino que perjudicará severamente los intereses de México. Si Cárdenas pudo, AMLO todavía podría rectificar, en lugar de construir campos de beisbol en donde podría estar una gran plataforma para lanzar el crecimiento económico de México durante su gestión.
Mitterrand decía que el buen manejo de un error podía significar mil éxitos.
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