Hace unos días tuve la oportunidad de visitar, nuevamente, Barcelona; luego de este viaje me quedo con la impresión que de la experiencia del funcionamiento del sistema turístico en la denominada ciudad condal, se desprenden lecturas que pueden ser útiles en el seguimiento del fenómeno turístico en nuestro país.
Unos pocos años atrás se acuñó la expresión en inglés overtourism para referirse al fenómeno de la saturación de destinos turísticos y las reacciones de las comunidades residentes en ellos, producto de la desmedida demanda, presentándose en estos sitios una suerte de ‘turismofobia’, que alcanza, incluso, niveles de violencia física y verbal en contra de los visitantes. Muy probablemente el sitio más emblemático de este overtourism es, precisamente, Barcelona, ciudad que es acompañada en esta vertiente del fenómeno turístico por Ámsterdam, Venecia y Dubrovnik, entre otros destinos.
Una clara señal de que algo no funciona debidamente en estos sitios es el desequilibrio entre los volúmenes de visitantes y la población local. Por ejemplo, en Barcelona, que cuenta con poco menos de 2 millones de habitantes –en números redondos–, se reciben cerca de 30 millones de viajeros anuales, la mitad de los cuales pernoctan en el destino; por su parte, el centro histórico de Venecia, que es la parte más visitada de la ciudad, cuenta con una población de un poco más de 50 mil habitantes, en tanto que se registran unas 12 millones de pernoctas de turistas en el destino.
Como ya se dicho, la ‘turismofobia’ no sólo se queda en un malestar interno de los residentes, además de actitudes como manifestaciones antituristas, bloqueos del paso para el acceso a atractivos y servicios, una característica común es la expresión en mantas en las que se leen textos que pasan por el “Tourists go home”, hasta la que señala con particular violencia verbal: “Si es temporada de turistas, deberíamos poder cazarlos”.
Evidentemente, las causas que originan la congestión de estos destinos son múltiples y dentro de ellas se tiene el fortalecimiento de la conectividad a través de las líneas aéreas de bajo costo, un número significativo de pasajeros arribando por unas horas en cruceros, la proliferación de las viviendas en alquiler a turistas, el posicionamiento global de la marca del destino, así como el reconocimiento de ello por parte del mercado; ciertamente, hay que agregar la condición de que son víctimas del éxito.
El incremento en los precios (particularmente en las viviendas), la congestión de espacios públicos, múltiples impactos ambientales y la alteración de la convivencia social son parte de las señales de la saturación. Para lidiar con algunas de estas consecuencias se han explorado caminos como la restricción de flujos en espacios públicos y la reducción en el tamaño de las embarcaciones a las que se permite aportar (Venecia) o la restricción parcial y total de licencias de alojamiento (Barcelona y Ámsterdam).
Se habla también de la conveniencia de aplicar una estrategia basada en cinco palabras que empiezan con la letra ‘de’: Desestacionalización; diversificación de productos y experiencias turísticas en el destino; descentralización –entendiendo como tal a la generación de nuevas inversiones fuera del espacio tradicional del destino–; la descongestión, que pretende canalizar los flujos turísticos a través de incentivos positivos o negativos y el deluxe tourism que busca atacar el problema desde el principio de la escasez y la consecuente gestión de precios. Por su parte, en los acercamientos realizados por la OMT al tema se habla sobre todo de la necesidad de fortalecer las capacidades de gestión.
Habrá quien piense que estos problemas son propios del primer mundo, pero es claro que el fenómeno seguirá una tendencia de globalización, a la que México no puede estar ajeno. Es tiempo de que la atención –incluso la prevención, si fuera posible– de esta saturación de destinos turísticos, debe ser incluida en la agenda pública del turismo mexicano.