El viernes por la mañana, antes de entrar a mi oficina, en la banqueta de la casa contigua vi a un vagabundo de unos 40 años de edad sentado con un plato abundante de comida y un vaso de agua que se bebió de dos sorbos.

Permanecí algunos segundos absorto en la escena, hasta que, finalmente, metí la llave en la cerradura de la puerta. No la giraba todavía cuando mi vecino salió por su cochera y se dirigió al indigente. Detrás de la puerta observé por una pequeña rendija cómo le sirvió más agua.

“Igual nos faltan zapatos, ¿verdad?”, le dijo mi vecino con tono entrañable y suma delicadeza. “Pus... algo”, respondió el vagabundo y me fijé en sus pies.
Eran inusualmente grandes. Parecían adoloridos, pero acostumbrados. Sus talones habían aplastado ya la parte de atrás de sus despedazados zapatos, que ni por casualidad le quedaban. Los llevaba como los niños a los que regañan las mamás porque se los ponen de pantuflas.

El vecino, cercano a los 60 y a quien jamás había visto desde que mudé la agencia ahí, tenía los pies igualmente grandes. Llevaba shorts, playera de correr y unos tenis Asics ya recorridos, pero todavía buenos. En ese instante se los quitó. “Pruébatelos, casi no los uso”, justificó su generosidad, y se los dio con todo y calcetines.

En cuanto el vagabundo se los puso, su reacción fue para maravillar a cualquiera. Había conocido el asombro: ¡Existían en el mundo unos zapatos cómodos! Esta vez, la casualidad había sido afortunada y el destino, por un día, bondadoso.

Enseguida vino a mi mente uno de esos videos que tienen millones de vistas, justo el del señor que a media calle le regala sus zapatos a un indigente, grabado espontáneamente por alguien a lo lejos. Y luego aparecieron otros en mi cabeza, los del #ChonaChallenge, #PassOutChallenge, #ComeChilesHastaQueVomitesChallenge y un sinfín de retos que se han popularizado, haciendo evidente el contagio del virus del culto a la estupidez.

También hace poco, a mi esposa, a mis hijos y a mí nos sorprendió un aguacero mientras caminábamos por el centro. En pleno chubasco, una desconocida nos tocó el claxon y sacó por su ventana un paraguas que nos ofreció para que no termináramos de empaparnos. “¡Quédenselo!”, gritó, en medio del tráfico y entonces pensé en el #ParaguasChallenge, lo mismo que hoy en el de los zapatos. La vida útil de los tenis de los corredores dura alrededor de un año; después de eso, no sirven bien para correr, pero suelen guardar un buen estado para que otros caminen. Además, cuando se trata de retos así, no es necesario grabarse, ni toda la parafernalia de las redes, a diferencia de la campaña de Hershey’s. Es sencillo.

Basta de videos de alarde y sin sentido, mejor hagamos de la vida una película donde sus habitantes se quitan los zapatos y discretamente los dejan a las puertas de sus casas para quienes los necesiten. 

@FJKoloffon

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