Una amiga que tengo agregada en mi Facebook , recientemente me preguntó si ya únicamente escribía sobre correr.

“Por ahora sí”, le respondí, y es que, como apenas conté aquí un par de semanas atrás, mi oficina me ha esclavizado luego de que me independicé de mi último trabajo hace unos años.

“A mí me gusta más que escribas de otras cosas. A pesar de que también soy corredora, esa manera de pintarnos de superhéroes no me encanta, esos finales de libro de auto superación no me convencen, ni tampoco el tono rosa. ¿Y dónde queda la imbecilidad?, porque por lo regular somos más imbéciles que buenas personas”.

Justo antes de nuestra conversación —porque si uno se lo permite la vida es también una maravillosa coincidencia—, después de ver un cortito publicitario de humanos salvando ballenas, vino a mi mente una de esas frases que te ayudan a recuperar la vertical cuando el mundo amenaza con voltearse de cabeza: “La vida es equilibrio”.

Enseguida pensé que si en el mundo realmente impera una ley del equilibro, y en la tv y la radio hablan solo de lo que duele, en algún lugar tendrían entonces que suceder las cosas buenas.

Pero fui más allá y concluí que, más bien, el equilibrio no es una cuestión de proporcionalidad ni corresponsalías, sino que es algo que cada quien lleva dentro: un poco de optimismo, una pizca de negatividad; luz y sombra; alegría, tristeza; responsabilidad, imprudencia; imbecilidad y heroísmo.

Aunque ser un imbécil tiene su atractivo, y posiblemente sea una de las caras más encantadoras de algunos héroes —como Clark Kent —, me parece que la vida consiste en tratar de mantenerse el mayor tiempo posible en esa parte lumínica, adonde algunos llegamos corriendo, escribiendo, sirviendo a la gente o al realizar cualquier actividad que nos permita sentir radiantes y útiles. Héroes.

Es verdad, nadie es héroe de tiempo completo. El heroísmo es un instante de gracia que a veces nos toma por sorpresa, es ese lugar sagrado y secreto donde algunos afortunados se encuentran, se descubren y se atreven a salir al mundo con su verdadera identidad. El resto del tiempo somos simples y encantadores imbéciles.

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