Lo que más me impactó de este maratón de París que por fin pude completar, fue darme cuenta de que me estoy quedando calvo. Esa, y perder súbitamente los dientes, son mis más recurrentes pesadillas de un tiempo a la fecha. Varias veces me he despertado a media noche, aliviado de saber que eran solo sueños.

Sin embargo, ahora sí, lo del pelo es verdad. Lo corroboré luego de ver repetidamente el video que me tomaron mis hijos por ahí del kilómetro 29, donde me acerco y brinco a saludarlos para después volver a perderme entre el río de corredores. En mi coronilla destaca ese claro característico de los franciscanos.

Si algo me sobraba hace dos años que decidí abandonar en el kilometro 18, era cabello.

Por fortuna, el domingo pasado logré liberarme de ese pendiente de la imposibilidad que cargaba en la cabeza, justo cuando dejé atrás el punto exacto donde en 2017 me detuve. Lo de quedarme pelón, sinceramente, ya tampoco me pesa.

La edad sirve para deshacerte de traumas que si te obstinas en conservar nada más te avejentan (como, por ejemplo, quedarte pelón). Los años también ayudan a asimilar que sí tenemos el poder de tornar en realidad lo que imaginamos, sea bueno o no tanto: como los achaques que me provoqué a días de la carrera.

El temor de repetir la historia y no cruzar por cualquier circunstancia otra vez la meta, me desencadenaron una gripa, dolores de estómago, de músculos y nervios. Aunque durante todos estos meses también me curé de la lesión que entonces me sacó de la competencia, esa por la que el doctor me prohibió correr para siempre.

Dediqué muchas horas a visualizar cómo mi columna se reconstruía, a sentirme sano al levantarme a pesar de las dolencias, a dejarme curar por las manos sanadoras de mi fisioterapeuta, y a pensar positivo: “Voy a cruzar esa meta”, todas las noches me repetía.

Corrí metido absolutamente en cada segundo, en mi ritmo, en cada kilómetro. Lo mantuve hasta el 38 y luego lo bajé un poco. En el 40 me dieron náuseas, seguramente por el excesivo esfuerzo o, quizá, sobrehidratación. Mi mujer insiste en que más bien me faltó energía y carbohidratos, pero las esposas suelen opinar invariablemente lo contrario, así que a saber…

“Gracias”, fue lo único que pude decirle cuando acabé, pues, si trataba de decir más, rompía en llanto. Así me pasa después de correr demasiado, lloro incluso por ver a la gente llegar y levantar los brazos, o al descubrir el gesto en su rostro cuando miran y detienen su reloj. 3:19:58 marcó el mío. Me dolía todo.

El tiempo es conmovedor: crecer, madurar y perder el miedo hasta de quedarse calvo.

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