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Recuerdo la primera vez que quise darle la mano a alguien y por fin lo logré. A mi primera novia, a los pocos días de haber cumplido ambos dieciséis, pues apenas nos llevábamos una semana de diferencia. Esa es, sin duda, la primer gran hazaña de un hombre tímido, el primer acto realmente heroico de la vida, el primer podio mental al que un hombre introvertido y fantasioso como yo se sube. Casi escuchaba en mi cabeza los aplausos.
Estábamos en el cine, había pasado buena parte de la noche previa elucubrando cómo iba a ser, los movimientos, el instante. Días antes hice un par de intentos en su casa, una tarde de visita, pero al final no me atreví, no pude mantener la mirada firme.
En la oscuridad del viejo cinema resultaría más sencillo, pensé, donde no tienes que ser tan valiente ni practicar la hipnosis mientras tu mano repta como una serpiente hacia la suya para sentir los efectos del encantamiento del primer roce.
Al Pacino acababa de levantarse a bailar Por una cabeza, de Carlos Gardel, con Gabrielle Anwar, en Scent of a Woman, cuando de reojo ubiqué la mano de ella en el descansabrazos y lentamente deslicé mi brazo derecho hacia su izquierdo.
Suavemente la choqué, aguardé así quieto unos instantes y, luego de asegurarme de que todo estaba en el lugar correcto, con el filo de mi dedo meñique comencé a acariciar el suyo al compás de ese tango galante que envalentona al más retraído.
Poco a poco, respiración a respiración, entrelazamos cada uno de nuestros dedos, hasta que las palmas de nuestras manos quedaron unidas.
“Papá, ¿por qué corres con las palmas de las manos tan apretadas?”, me preguntó 26 años después mi hijo a media vuelta en el circuito donde solemos ir a correr los fines de semana, recordándome la importancia de las manos, esas extensiones del alma que sirven para decirle a alguien sin palabras que le quieres, o para palpar o reconocer el rostro de otros si no tienes la fortuna de ver.
Las manos y los dedos son mucho más que nuestra primera calculadora o que el bolígrafo erótico para escribir declaraciones invisibles en la espalda de una mujer.
Funcionan para pedir la palabra, para señalar las injusticias, para delinear en la noche las constelaciones, para regalar estrellas y hasta para leerse. Las manos y los dedos son para dar y también para recibir, para encontrar puntos clave. Son importantes hasta para correr.
Enseguida que me lo cuestionó, las aflojé, porque si las llevas muy apretadas derrochas fuerzas que tus piernas necesitan para ir lejos. Contraer los puños supone un esfuerzo innecesario, por eso es recomendable llevar las manos medio abiertas, incluso con los dedos índice y pulgar juntos, en posición de chin mudra para que la energía fluya.
Los hombros van relajados y los codos a 90 grados, ligeramente separados del cuerpo. Muevan los brazos con soltura, pero no los eleven, úsenlos para impulsarse hacia adelante, ya sea rumbo a la meta o en dirección a la persona que les guste.
@FJKoloffon
Estábamos en el cine, había pasado buena parte de la noche previa elucubrando cómo iba a ser, los movimientos, el instante. Días antes hice un par de intentos en su casa, una tarde de visita, pero al final no me atreví, no pude mantener la mirada firme.
En la oscuridad del viejo cinema resultaría más sencillo, pensé, donde no tienes que ser tan valiente ni practicar la hipnosis mientras tu mano repta como una serpiente hacia la suya para sentir los efectos del encantamiento del primer roce.
Al Pacino acababa de levantarse a bailar Por una cabeza, de Carlos Gardel, con Gabrielle Anwar, en Scent of a Woman, cuando de reojo ubiqué la mano de ella en el descansabrazos y lentamente deslicé mi brazo derecho hacia su izquierdo.
Suavemente la choqué, aguardé así quieto unos instantes y, luego de asegurarme de que todo estaba en el lugar correcto, con el filo de mi dedo meñique comencé a acariciar el suyo al compás de ese tango galante que envalentona al más retraído.
Poco a poco, respiración a respiración, entrelazamos cada uno de nuestros dedos, hasta que las palmas de nuestras manos quedaron unidas.
“Papá, ¿por qué corres con las palmas de las manos tan apretadas?”, me preguntó 26 años después mi hijo a media vuelta en el circuito donde solemos ir a correr los fines de semana, recordándome la importancia de las manos, esas extensiones del alma que sirven para decirle a alguien sin palabras que le quieres, o para palpar o reconocer el rostro de otros si no tienes la fortuna de ver.
Las manos y los dedos son mucho más que nuestra primera calculadora o que el bolígrafo erótico para escribir declaraciones invisibles en la espalda de una mujer.
Funcionan para pedir la palabra, para señalar las injusticias, para delinear en la noche las constelaciones, para regalar estrellas y hasta para leerse. Las manos y los dedos son para dar y también para recibir, para encontrar puntos clave. Son importantes hasta para correr.
Enseguida que me lo cuestionó, las aflojé, porque si las llevas muy apretadas derrochas fuerzas que tus piernas necesitan para ir lejos. Contraer los puños supone un esfuerzo innecesario, por eso es recomendable llevar las manos medio abiertas, incluso con los dedos índice y pulgar juntos, en posición de chin mudra para que la energía fluya.
Los hombros van relajados y los codos a 90 grados, ligeramente separados del cuerpo. Muevan los brazos con soltura, pero no los eleven, úsenlos para impulsarse hacia adelante, ya sea rumbo a la meta o en dirección a la persona que les guste.
@FJKoloffon