El presidente López Obrador es incansable, como lo era Luis Echeverría. Parece genuinamente comprometido con su discurso, pero equivoca las soluciones a los problemas económicos y sociales. En un mundo global, actúa como si estuviera en el México de los setentas. Por eso no extraña que, como Echeverría, quiera que la economía se maneje en Palacio Nacional, porque Los Pinos ya no existe.

Una disputa interna del gobierno, relativa a la decisión de construir una refinería en Dos Bocas, ilustra el peligro de confundir los deseos presidenciales con la realidad. Si el presidente realmente quisiera gastar sólo lo que obtiene el gobierno en impuestos, sin endeudarse, tendría que hacerle caso al subsecretario de Hacienda, Arturo Herrera, quien dijo en Londres que la obra se tendría que retrasar, para apoyar las finanzas de Pemex.

La declaración del subsecretario suena lógica y atendería las preocupaciones de las calificadoras internacionales que ven en Pemex un peligro para la economía nacional si no se refuerzan sus finanzas. Los mercados, siempre sensibles, tomaron nota de lo dicho por tan alto funcionario y respondieron fortaleciendo al peso. Hasta que entraron en escena el presidente y la secretaria de Energía.

Es de suponerse que ni el Presidente ni la secretaria de Energía son expertos en materias donde el subsecretario sí lo es. No obstante, lo desmintieron y, no sólo eso, anunciaron el lanzamiento de la convocatoria el próximo lunes 18, para conmemorar la expropiación petrolera. La acción presidencial recordó inmediatamente aquella decisión de Echeverría que hundió al país, por primera vez después del desarrollo estabilizador: “la economía se maneja desde Los Pinos”.

Los expertos calculan que los 50 mil millones de pesos presupuestados para Dos Bocas en 2019, un proyecto insensato, apenas alcanzarían para las ingenierías que deben realizarse antes de empezar la construcción. Ese dinero tendría un mejor efecto si se utiliza para evitar que baje la calificación crediticia de Pemex y aumente el riesgo país para México.

Pero el proyecto de Dos Bocas ya no es un proyecto económico, o quizá nunca lo fue, sino un símbolo político, como ocurrió en la cancelación del nuevo aeropuerto internacional, una cuestión de honor, donde no importa lo que cueste ni el tiempo que tarde, sino el lugar en la historia como el Presidente que llevó a su tierra una refinería y cumplió su palabra de campaña, aunque al final resulte más caro el caldo que las albóndigas, por decirlo coloquialmente.

Mientras tanto, la producción nacional de gasolinas va a la baja, sobre todo en las refinerías de Ciudad Madero y Minatitlán, cuya descenso acumulado en los últimos seis años es de un escandaloso 85 y 84 por ciento, respectivamente, según los expertos. La lógica elemental diría que es necesario, antes que construir otra refinería, rehabilitar las existentes y recuperar los niveles de producción. Pero el gobierno se mueve en la lógica de hacerlo todo nuevo, como si las refinerías llevaran en sí mismas el logo de un partido político distinto a Morena.

El voluntarismo del gobierno es contraproducente frente a la despiadada frialdad de los mercados. Los inversionistas sólo quieren ver una cosa y nada más: cómo le hace Pemex para sacar más petróleo para pagar su deuda. Y Pemex no puede sacar más petróleo si no tiene más dinero, así de simple. El gobierno no puede darle más dinero si no recorta los proyectos faraónicos, como la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. Si no lo hace, lo más probable es que ponga a funcionar la máquina de hacer billetes, con lo cual acortará el plazo para que estalle la crisis.

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