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Hace casi setenta años, en 1950, el profesor Jacob Viner advirtió que los instrumentos de integración regional podrían ser funcionales al libre comercio o, caso contrario, al proteccionismo. Crear o desviar comercio es resultado de premiar al proveedor más eficiente o a uno distinto, respectivamente, y la eficiencia depende del menor precio de los disponibles. A unos meses de alcanzar los cinco lustros de vigencia, el TLCAN corre el riesgo de sufrir una metamorfosis cercana a la que cobijó la imaginación de F. Kafka, desde la posible pérdida del carácter trilateral, hasta el establecimiento de fragmentaciones productivas por nivel de remuneración al trabajo; desde un incremento sensible del componente regional (EUA y México) en la industria automotriz, hasta la desaparición del capítulo XIX del texto original ( Revisión y solución de controversias en materia de cuotas antidumping y compensatorias ) más la reactivación de los aranceles a la importación estadounidense de aluminio y acero provenientes de México. En plena crisis ambiental global, el llamado primer acuerdo de integración verde (Sidney Weintraub dixit) es renegociado con un gobierno que niega el cambio climático e impulsa a las industrias del carbón y de los hidrocarburos. El apremio por renegociar este instrumento, la imposición de las condiciones del señor Trump , la indisposición del gobierno por venir para hacerse cargo del destino de una de las reformas estructurales más importantes de la política económica neoliberal y el abandono de la cooperación con el gobierno canadiense, fueron los determinantes de este celebrado desenlace preliminar.
Las reglas de origen históricamente se han empleado como un instrumento proteccionista que, en la lógica que preside a la renegociación, elevará los costos fiscales y salariales de buena parte de la industria automotriz originando un serio problema de realización de una oferta notoriamente encarecida; llevar el componente regional del 62 al 75 % es un entendimiento del todo contrario al libre comercio y, convertido este 75 % en un nuevo universo, establecer que dos quintas partes de esos componentes serán producidos en establecimientos que paguen salarios de, por lo menos, 16 dólares la hora significa que la representación de él o los gobiernos de hoy y de mañana suscribe la exclusión del propio país en tramos del proceso productivo de automóviles y autopartes que, para acabarla de acabar, deberá importar -a un costo mucho mayor que el actual- para ensamblar in situ . Por medio del entendimiento , se asume que las importaciones temporales y los salarios miserables constituyen las llamadas ventajas competitivas de la economía mexicana, en el funcionamiento de las cadenas globales de valor, no solo visibles en la industria automotriz.
Con independencia de la reacción que, frente a lo alcanzado, adopte el gobierno canadiense, resulta evidente que se le ha colocado ante una situación de hecho y que, retóricas aparte, la conducta de la representación mexicana comienza a leerse –desde Canadá- como una sustitución de la cooperación por la competencia, en obsequio de la insistencia del señor Trump por suscribir acuerdos bilaterales, y a pesar que el mandato legislativo que recibió hace referencia a la renegociación de un acuerdo trilateral. Como una nueva costumbre, el gobierno de México construye una historia muy extraña de esquirol internacional , ampliamente documentable en la violación de la normatividad de la ALADI, por la negociación del TLCAN y en la escurridiza función de observador , en las reuniones de la OPEP, desde los años setenta del siglo XX. Servir al interés nacional, lograr certidumbre , son las peculiares explicaciones oficiales del entendimiento logrado con el gobierno estadounidense; ¿certidumbre de qué?; ¿al servicio de quién? No debe olvidarse que, en el cuarto de al lado, no hay ninguna representación de los trabajadores mexicanos y que los primeros en recibir informes de los representantes gubernamentales, fueron los empresarios que viajan, opinan y declaran como si representaran algo más que sus propios intereses.
El recuento de éxitos de los negociadores oficiales mexicanos, comienza (y termina) con lo que se logró evitar: la utilización del artículo 2205 (Denuncia) del Tratado, por parte del gobierno estadounidense; la prohibición estacional de importaciones de productos agrícolas mexicanos ; la cláusula de caducidad, que se multiplicó por tres más uno (16 años, en lugar de 5); la homologación salarial regional y, en general, la protección laboral. El interlocutor logró imponer el endurecimiento de las reglas de origen, la desaparición del capítulo XIX, la diferenciación salarial para la provisión de insumos para la fabricación de automóviles y que el ambiente de la renegociación se pusiera al servicio de la reducción del déficit comercial de los Estados Unidos. Se ha enfatizado que, ante la mala relación de Trump con el resto del mundo y, especialmente, con el libre comercio, el entendimiento es un gran éxito para México, de acuerdo con las circunstancias; la discusión apenas comienza: teníamos un mal tratado, que convirtió a México en maquilador y productor notable de trabajadores empobrecidos, y conseguimos uno peor. Se acabó la incertidumbre.