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“Tu boca de púrpura encendida”, describe el segundo verso del poeta yucateco Leopoldo López Méndez, poema que sin la delicada música de Guty Cárdenas, no conoceríamos. El inmortal compositor es el personaje principal de la novela de Carlos Martín Briceño, La muerte del ruiseñor, publicada por Ediciones B del grupo Penguin Random House, en noviembre de 2017, en la Ciudad de México. Personaje importante es también el autor, o su sombra, que confiesa: “Deseo crear un texto entrañable, una historia que permanezca largo tiempo rebotando en las mentes y corazones de los lectores.” Cómo ven, no se anda por las ramas y eso se agradece.
Carlos Martín Briceño nació en Mérida, Yucatán, en 1966. Es un destacado cuentista pero la presente novela, que es la primera, nos retrata a un narrador obsesivo, hábil en el manejo del compás de espera, con un registro lingüístico aceptable y con sentido creador de un personaje a partir de otro. El referente del músico es aún fuerte para cierto grupo de lectores, pero para el resto, tienen aquí a un joven irreverente, bebedor, mujeriego, solidario y simpático que nace de la pluma de Martín Briceño, que lo lleva desde un momento absolutamente significativo en su vida, hasta unos segundos después, punto que más le convenía al novelista y que seguramente usted reconocerá que era justo lo que debía hacerse en una novela sobre este ruiseñor peninsular, que un día preguntó a su madre: “¿Puede haber… en el mundo algo más sublime que el poder purificador de la música?”. Un aspecto provocador en La muerte del ruiseñor es su sentido confesional: el acercamiento del narrador al compositor de melodías como “Nunca”, “Granito de sal”, “Rayito de sol”, entre otras, pilares de un género que identifica a Yucatán, y que explica la grandeza de compositores contemporáneos como Armando Manzanero, así como la cálida relación con su padre, que desde niño lo acercó a la trova y a su enorme poder sentimental; aunque no siempre le gustaran del todo las clases de guitarra.
La novela empieza con un pellizco a sí misma, ¿se trata de una novela histórica? Para enseguida ponernos a Guty Cárdenas en el Salón Bach, en la calle Madero 32, en la Ciudad de México, con dos balazos en el pecho, con amigos huyendo lo mismo que la chica guapa que los acompañaba; sus enemigos escapando y el mesero que servía las Carta Blancas y los tragos intentando deshacer el nudo de la corbata del músico y detener la hemorragia. Cárdenas cuenta con 26 años y se encuentra en el pináculo de su fama. En los capítulos siguientes, con paso firme, nos conduce por la intensa vida de un triunfador y nos relata qué ruta debió seguir para alcanzar el éxito. Mientras eso, el narrador nos pone al tanto de sus investigaciones sobre el personaje, sus recuerdos, su vida familiar y las múltiples dificultades que debe superar en el proceso de escritura de su novela. Desde luego que provoca un acercamiento emocional a sí mismo y se da ánimos con la falsa idea de qué “es mucho más difícil lograr un buen libro de relatos que una buena novela.” Ambos géneros tienen sus exigencias, sinsabores y misterios indisolubles. No tengo dudas de que después del resultado de La muerte del ruiseñor, Carlos Martín Briceño cambió de idea y al menos tiene claro de que la vida de los narradores es completamente huracanada, tanto si escriben relatos o novelas. Es notable la muy bien definida vocación que lo impulsa a contar historias y su valor para valerse de cualquier recurso para involucrar a sus lectores.
También es verdad que la novelística mexicana crece con La muerte del ruiseñor, que además contiene buenas propuestas de la riquísima comida yucateca: el siempre presente queso relleno, sopa de lima, puchero de tres carnes, pan de cazón, omelette de chaya, papadzules con salsa de tomate, riñones al jerez, y otras delicias que por pudor no nombraré y que se acompañan con cervezas bien frías. Menciona escritores y artistas entrañables como Rafael Ramírez Heredia, el pintor Roberto Montenegro, Alfonso Esparza Oteo, Agustín Lara, Nicolás Guillén, Carlos Gardel, Gabriel García Márquez, Janis Joplin y muchas personalidades que Guty Cárdenas o el narrador encontraron en sus vidas. Después de leer esta novela no resistirán escuchar algo del ruiseñor yucateco; espero que la dulzura de las letras y el sonido de la Negra, como llamaba a su guitarra acústica, les toque el corazón; claro, tanto como la novela de Carlos Martín Briceño. Ya me contarán.