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Se titula la más reciente novela de Luis Jorge Boone, que nació en Monclova en 1977, y que es una de las voces potentes de la literatura mexicana contemporánea. Es una publicación de Alfaguara, del grupo Penguin Random House, de enero de 2019 en la Ciudad de México. Es una novela íntima, un tanto extraña, narrada por el Chaparro, que en cuanto crece un poco se lanza a buscar a sus padres a Los Arroyos, un pueblo cercano al que él habita con su Güela Librada y un montón de primos, un lugar que “vivía pandeándose como hierbas secas/ hacia el lado de la muerte.” Una zona donde la violencia tiene todos los nombres, y es la tentación de los jóvenes, como su primo Nulfo.
Boone nos entrega una novela donde la soledad la sufren muchos niños, pero la cuenta uno, él que no se la explica, él que se pregunta sobre la conducta de su abuela que cuando se echa sus tequilas recuerda, canta, maldice y señala que algunas veces todo tiempo pasado fue mejor. Sin depender de una trama elaborada, el autor nos cuenta la brutalidad contra los pueblos apacibles del desierto, pueblos donde sus habitantes son raptados y las casas convertidas en escombros sin razón aparente, salvo la intención de infligir el mayor daño posible. ¿A dónde llevan a toda esa gente? No es correcto que revele detalles; solo una cosa: donde la violencia se sale de control, el futuro se vuelve oscuro y el misterio es una herida grande y supurante. En esta parte, el autor vaticina una catástrofe que más nos vale se hunda en la ficción, porque si no, todo escalofrío será poca cosa, y nadie soportará esos “gritos de luz hambrienta”.
Toda la soledad del centro de la Tierra está contada de dos maneras: una donde el Chaparro nos comparte su vida y la de los que viven en Pabellón, su pueblo, y otra donde un poeta delirante encuentra las palabras que nombran la crueldad, lo absurdo de la violencia y la desaparición de la esperanza. Boone consigue crear un texto de sombras que sacude, sobre todo cuando menciona la existencia de un pozo sin fondo, cuya oscuridad es un cuerpo compacto del que muchos hablan pero nadie ha conocido. Incluso el abuelo del Chaparro, fallecido mucho antes, lo mencionó algunas veces. La sensación de ese enigma condiciona la vida e influye tan poderosamente que, “dejamos de ser seres humanos”, confiesa el poeta, que intenta darle voz al terror y a la indefensión de personas que nada pueden hacer frente a esta avalancha de perversidad. Serafín, un ciego que además es el dueño del abarrote del pueblo, amigo del Chaparro, escucha gritos por la noche y se aventura hasta que encuentra el pozo. Allí usted pensará que la oscuridad no es un asunto de sumas, restas o Aves Marías. Deje que su corazón lata, y recupérese en versos como: “A esa hora en la que el silencio ya tiene rato que/ se hizo entero”, o en la pregunta: ¿Cómo es la voz del cielo? Y cuídese porque, “el miedo abre pozos en el aire”, y esos pozos abducen.
Leer a Luis Jorge Boone es habitar por instantes lo imposible. Vislumbrar la arena de los sueños y algunos horizontes de fragua. Estamos ante un autor que no teme al paisaje del recuerdo ni a la palabra que oculta su semblante más significativo. No sólo pretende soñar “la noche, la calle, la escalera”, como escribió Xavier Villaurrutia, sino que se aventura a nombrar el desierto cuya mitad, usted lo sabe, es un espejismo. Como es conocido, la maldad extrema carece de rostro. Puede tener un nombre, Alacrán, por ejemplo, que es un ser sin alma que jamás vivirá en función de un futuro que no esté relacionado con la destrucción. Y en medio de este caos, la Güela Librada, bebe tequila y canta “Y si quieren saber de tu pasado/ es preciso decir una mentira”, después enfoca su “mirada de marcar caballos” y el narrador tiembla; y como la citada expresión, hay otras que son parte de la riqueza del habla norteña: Le vale Wilson, fara fara, arrecholábamos, para atrás los fílderes, mis polainas, guangas, y muchas más. En algún momento el Chaparro topa con unas paredes y experimenta una extraña sensación, ¿por qué? Porque “Las habían pintado con lo que sobró de un relámpago.” Con ese mensaje tan luminoso, les digo hasta pronto. De verdad no dudo que les fascinará penetrar este laberinto cretense que es esta magnífica novela. Espero que pronto me cuenten su experiencia, y no teman evocar a Julio Verne, tan vivo en los recuerdos de lectores fogueados, entre ellos Boone.