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Miguel Tapia nació en Culiacán, Sinaloa, México, en 1972. Desde hace más de una década vive y escribe en París y es un hombre que no ha quemado sus recuerdos, que como ustedes saben, es la última nave por incendiar y la que más se resiste al fuego abrasador del presente. Al menos lo deja muy claro en sus libros y desde luego en esta novela Los ríos errantes, publicada por Ediciones Era, en la Ciudad de México, en 2017. Es la historia de un nini, que descubre lo que realmente es y toma conciencia del rol que le toca jugar en una ciudad, una época, un grupo de amigos, otro de enemigos y un amor imposible. Como ustedes saben, los amores imposibles dan sentido al amor posible. Los amorosos no me dejarán mentir.
Tapia prueba a escribir una historia íntima en primera persona y lo consigue con acierto. El Tona nos cuenta sus despreocupaciones más notables sin develar qué lo mueve a vivir de esa manera, salvo pasarla bien con sus amigos bebiendo cerveza, trabajando muy de vez en cuando, fingiendo que busca empleo, entrenando para correr una carrera de fondo que no se cuestiona cuál podría ser, dejándose querer por algunas chicas, atestiguando el declive de la relación entre sus padres, escuchando el sonido profundamente gitano de Django Reinhardt y viendo correr el río desde el patio trasero de su casa.
Sin embargo, un día conoce a Tania, una hermosa chica, de cuerpo de infarto, adicta a la mariguana, de la que se enamora suave pero profundamente. La chica es nieta de un laureado maratonista que tiene una historia extraña. Historia de la que Tania es un apéndice explicable. No obstante, el Tona no es el único que le tira los canes a la chica, que también le gusta correr y que vive en una casa llena de misterio, herencia del abuelo, bastante parecida a la que habita Camilo, un amigo del personaje, que poco a poco irá develando su verdadera personalidad en esta historia. Él es muy amigo de Amelia, la madre separada del Tona, pero, ¿qué clase de amistad tienen? El narrador percibe miradas entre ellos que lo perturban. En el transcurso de los días, la enemistad entre el Tona y el Caliche, que confiaba “en su sonrisa idiota como en un título nobiliario”, se agudiza; las razones son dos y son determinantes en la decisión que en cierto momento debe tomar el personaje, aconsejado por el Chuy, su amigo del alma.
Tapia recrea un proceso lento de escritura, mueve a sus personajes con precisión milimétrica y debido a que son pocos, consigue atmósferas intensas y llenas de brillo. Utiliza con soltura el lenguaje, ese monstruo indomable y tan poderoso en el universo del recuerdo, y no teme darle un lugar preponderante y al final lo convierte en un matiz afortunado de Los ríos errantes, un aspecto estético que le da justa pertenencia a una región y a uno de sus pilares culturales: la forma callejera de nombrar al mundo. Expresiones como chirrines, buche, los cordones de los zapatos, abarrote, conchavar, morra, alégale al ampáyer, pirateadas, se la trozó, talegones, los bules, cogote. Además de la cita a la carne asada con chiles toreados, el ceviche, las almejas chocolatas con chile y limón, los huevos con chilorio en el desayuno y un ate de arrayán que es la misma puerta de la gloria de todos tan deseada. En el norte tenemos una manera muy agreste de comer y beber cerveza que no estamos dispuestos a perder, aunque pongamos tierra de por medio. Y esto Miguel Tapia lo sabe perfectamente y no duda en expresar: “Uno se va de su tierra porque no se aguanta a sí mismo.” Pero el ancla que nos une con ella tiene una cadena infinita, a poco no.
Con su manera dúctil de contar, el autor lleva a su personaje a un punto álgido en que debe decidir entre morir y vivir. Ese punto oscuro en la vida de todos en que cualquier explicación nos lleva a regiones absurdas e incomprensibles. Tania, que sólo tiene interés en extraños eventos, ¿será la más razonable de las personas que conoce?, ¿acaso lo mejor de la vida es romper todos los esquemas?, ¿ha nacido para quemar sus naves? La vida es el universo de todas las preguntas, ¿y la muerte, acaso es la respuesta a todos los dilemas? El Tona celebra un profundo encuentro consigo mismo y toma una resolución nada poética. Tapia no suelta prenda y es justo al final de la novela cuando uno puede mirar a través de la ventana, pensando que allí afuera pudiera estar un río, con un afluente lento y sus malos olores. Ya me contarán.