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Tengo en mi sala a un ilustrador que hace vibrar la sensualidad del universo, y a un escritor que propone las palabras para contar esa intervención sin nombre. Punta de plata, firmado por Héctor Xavier y Juan José Arreola, es un bestiario urbano publicado por primera vez en 1958 por la UNAM, y para felicidad nuestra, reeditado por Planeta Mexicana, bajo el sello legendario de Joaquín Mortiz, en la Ciudad de México, en septiembre de 2018. Además contiene un postfacio de José Emilio Pacheco, que es un entrañable homenaje para ambos artistas, donde nos cuenta su estrecha relación con Arreola y la génesis de este libro espectacular.
El presente volumen es también un postit para recordar que Arreola nació el 21 de septiembre de 1918, y que marcó una época a base de su genialidad desbordada y su generosidad con las nuevas generaciones de escritores. Su taller es parte de la historia de la literatura mexicana. Ya verán en el texto de Pacheco en las que se veía el maestro para alimentar a su familia y cómo no perdía jamás el rumbo de su vocación de escritor de siete suelas. Desde luego que sufría bloqueos, “el bloqueo es una situación infernal”, asegura José Emilio, y cuenta cómo tuvo que provocar a Arreola para que dictara Punta de plata. Confiesa el escritor jalisciense que durante ocho meses acompañó al ilustrador al zoológico de Chapultepec, en la Ciudad de México, mientras cada habitante de este libro escapaba de su celda y se adueñaba de los papeles de Héctor Xavier, que nació en Tuxpan, Veracruz en 1921, y murió en 1994 en condiciones injustamente precarias, en la ciudad de México. Los 24 animales surgidos de su lápiz se sintieron tristes sin saber muy bien por qué; sobre todo un enorme toro de grandes cuernos, “que parece escribir en el aire la redonda palabra carabao”, que es su nombre.
Los dibujos calan hondo, es imposible no fijarse en los ojos, que es donde se concentra el alma de cada uno de ellos. El búho, “siniestro reloj de sombras”, traspasa, pasa, asa; el oso posee una ternura difícil de explicar sin mencionar abrazos cariñosos; Arreola dice que “ninguna mujer se negaría a dar a luz un osito. En todo caso, las doncellas siempre tienen uno en su alcoba, de peluche.” El mono observa para dejar muy claro que se encuentra “gozando de una pensión vitalicia de frutas al alcance de su mano.” Con la profunda mirada de felino, el autor no duda en calificar el oficio de domador como, “uno de los más desprestigiados de nuestros días”, y vaya que han perdido prestancia estos señores, más ahora que somos, como diría Ariel Noriega: “Un pueblo sin circo”. “Destartalado, sensual y arrogante, el avestruz representa el mejor fracaso del garbo”, expone Arreola y es razonable, se nota en sus pasos y en su mirada de lejanía. Los ciervos, simplemente iluminan el texto y el autor se deja deslumbrar lo mismo que el dibujante. El bisonte no quiere salir de la cueva de Altamira que la usa como espejo, ni siquiera para observar a ese hombre de pelo alborotado que le acaricia el sueño. La hiena de Héctor Xavier también sonríe con los ojos, con la alegría de muchacha que acaba de recibir una propuesta de amor. Cuenta Pacheco que el primer texto de este bestiario que escribió Arreola fue “La cebra”; que se recostó en el diván de Freud y mientras escuchaban a las focas que soplaban “por una hilera de flautas los primeros compases de La Pasión Según San Mateo”, las blancas paredes del departamento del escritor se tiñeron de rayas negras que en nada se parecían entre sí.
“A falta de pantano a su medida, el hipopótamo se sumerge en el hastío”, dice el autor, que reconoce el tremendo orgullo del rinoceronte, que dio origen a la hermosa leyenda del unicornio. En fin, Punta de plata es un libro para leer, ver y escuchar, porque sus habitantes “gruñen, braman, rugen, graznan, bufan, gritan, ladran, barritan, aúllan, relinchan, ululan, crotoran” y lanzan rechiflas, según consta en el prólogo, escrito por Juan José Arreola, el hombre que agregó su creativa imaginación a la literatura mexicana de todos los tiempos. Un autor que sabía ser personaje, aunque no estoy nada seguro de cuál sería en este provocador bestiario que no me canso de observar. Es como una canción que en ciertas horas del día o de la noche se niega a ser cantada, y su gran debilidad es estar siempre presente. Ya me contarán con qué texto y con cuál ilustración se quedan. Que lo disfruten.