La muerte se va a Granada, de Fernando del Paso, es un poema dramático, o como lo dice el maestro en los Apuntes para el director de la obra, “una obra hablada. O mejor dicho, declamada”. Si existen cantatas podríamos decir que tenemos una declamata, que fue publicada por el Fondo de Cultura Económica en la Ciudad de México en octubre de 2018. Flotan muchos espíritus en la obra. Uno muy notable es la manera en que el autor sugiere e impone elementos para la puesta en escena, de manera que en cada Cuadro, son 14, quedan muy claras las indicaciones que director, actores, production manager y stage manager deben seguir al pie de la letra. Letra que es canto, que es recuerdo hecho historia, que es reconocimiento sin condición. Una poesía afincada en la tradición del romance nos deja ver la visión de una fatalidad compartida por una multitud. Del Paso juega, denuncia, propone, mistifica, recrea. Imagina el momento y los días previos en que Federico García Lorca es asesinado por un régimen que odiaba la inteligencia, que detestaba la crítica, que la única palabra válida era la de Francisco Franco, sus falangistas y sus incondicionales.

Del Paso recupera la voz y la elegancia de uno de los poetas más grandes de España a través de sí mismo, de algunos de sus personajes emblemáticos de su obra dramática, como Mariana Pineda, Doña Rosita, la soltera, la madre de Bodas de sangre y la gente que lo amaba frente a la que lo quería muerto y enterrado. Encontramos un Federico juguetón que va de la alegría de vivir a la fragilidad, “arcoíris de penas”, y a la muerte inminente: “¡Muerte que te quiero muerte!” Paráfrasis de jugo insano. El poeta “yo le doy al tiempo vida” es dueño de sí mismo y es capaz de ignorar los fusiles que lo esperan cualquier día, a las cinco de la mañana, aunque mantenga una esperanza inútil, y una fe en Luis Rosales que se diluye poco a poco con el crecimiento de la insania Alonso Ruiz, el desgraciado que lo llevó en su último viaje.

Fernando del Paso es el narrador más creativo del México del siglo XX, sus novelas son un enigma que no cesa. Una escuela. Tampoco sus dibujos, que hacía con su mano izquierda, son un sendero recto y luminoso. Ni sus sonetos, que para mí son la explosión de voces subterráneas que tienen nombre. Sin embargo, en La muerte se va a Granada, que registró en 1998, todos sus pases de torero son para Federico, para su poesía que es tradición y modernidad. Palabras que disfrutan la incertidumbre de ser parte de una nueva y poderosa matriz. Pensé en el Romancero Gitano; pero también en don Fernando dramaturgo, un creador que sacudió la escena y que el último recurso de algunos creadores teatrales fue señalar que como novelista se dedicara a la novela. Pero bueno, a Del Paso siempre le gustó caminar por lo desconocido, y su genialidad se dio el tiempo de escribir esta pieza dictando instrucciones muy cercanas a la ficción, recreando un personaje profundamente amado y utilizando formas poéticas de prestigio que le permitieron jugar todo a la última carta con una sonrisa.

Hay un momento en que Federico vive su fin y está en manos de la lavandera que: “lo lava con agua y luna/ lo lava con luz y espuma.” Como tantas cosas, llegar al último momento es lo mejor que puede ocurrir. Fernando del Paso es el inventor de la trama, pero también es el poeta que recrea a otro poeta en el día más nefasto de su vida. Hay al final un largo poema dedicado al agua, quizá no tan extenso, que nos pone a Federico en su Granada gitana y sus alrededores. Las ciudades son un estado mental y aquí queda muy claro. Después de “Granada/ capullo de escalofríos”, viene la Granada de “Agua con sabor de viento”, que retrata esa brisa de amor que llega de alguna parte y arrasa el Albaicín rumbo al “Agua espejo de la Alhambra”, donde los españoles de origen árabe doblaban el universo nocturno observando estrellas en el cielo y en las albercas que llenaban su vida, y la de este poeta cara de luna, hasta que lo conducían al “Agua que transpira amor”, que es la que define todos los besos. Federico fue fusilado. Los disparos suenan, pero no tan fuerte y significativos como sus versos de metal agreste, y Del Paso, dueño de un corazón de palpitación eterna que se muestra muy bien en la foto de Daniela Edburg, nos entrega estas voces de la angustia para que no olvidemos a un hombre que lo dio todo por la dignidad humana y, desde luego, esa mano llena de sueños que, estoy seguro, observarán con respeto. Ya me contarán.

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