Le restan 99 días a la administración de Peña Nieto.
Comenzará el recuento. Muertes, desapariciones y corruptelas enterradas en la maraña de complicidades.
El mandatario se expuso, quizá por última vez.
Brindó una probadita de lo que piensa.
La periodista Denise Maerker le preguntó sobre eventos que han marcado su gestión.
Se mostró empático con la pena que embarga a los familiares de los jóvenes de Ayotzinapa.
Para inmediatamente agregar que los normalistas fueron desaparecidos y asesinados en el basurero de Cocula.
Abrazó la verdad histórica. Citó llamadas telefónicas entre narcotraficantes captadas por Estados Unidos, pero ignoró lo que magistrados, organismos internacionales y expertos del GIEI aportaron.
Manifestó que se queda con la convicción de que el crimen organizado permeó a gobiernos. Y enfatizó la palabra “mu-ni-ci-pa-les”.
No vayamos a pensar que los otros dos niveles están implicados y que deberían existir diversas líneas de indagación.
Entre justificación y justificación, se tropezó y contradijo.
Para él, sigue sin existir conflicto de intereses por La Casa Blanca de Peña Nieto.
Indicó, eso sí, que se arrepintió de involucrar a su esposa en la explicación, porque le dejó “un mal sabor y un tema difícil de superar todo este tiempo”.
Como no se llevó a cabo el proyecto del tren México-Querétaro, en donde participaba Juan Armando Hinojosa de Grupo Higa (su contratista generoso), según el Ejecutivo Federal no incurrió en falta alguna.
Pasó por alto que sí le otorgó esa concesión (y muchas más), independientemente de la cancelación. O su relación anterior en el Estado de México. O los favores inmobiliarios de Hinojosa Cantú al secretario Videgaray y al ex consejero jurídico Castillejos.
Lo que sorprendió es que cambió la versión que desde Los Pinos propagaron en su defensa todos estos años. Habían insistido que la millonaria mansión la compró solo Angélica Rivera. Ahora, reconoció que los dos.
“Como matrimonio estábamos haciéndonos de una casa… El empresario que entonces nos estaba vendiendo…”, se le “chispoteó”.
A los rostros del nuevo PRI que alabó al inicio con nombre y apellido, Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge, los etiquetó como “casos que lamentablemente estigmatizaron”.
Casualmente, esta misma semana “Javidú el estigmatizador” volvió a las primeras planas. La PGR modificó los delitos por los cuales lo acusa. No tiene pruebas para perseguirlo por delincuencia organizada, informó.
Duarte, como punta de iceberg, flota cómodo. Con el cobijo para sus cercanos, propiedades, enlaces.
Debajo del agua se esconden no solo pendientes económicos. Hay asuntos dolorosos por ventilar. Seres queridos de víctimas de desapariciones y ejecuciones en Veracruz esperan.
Para casi cerrar con broche de oro, Peña Nieto respondió que le gustaría ser recordado como un Presidente que le cumplió a México.
El secretario técnico del Foro Mexicano para la Seguridad Democrática, Ernesto López Portillo, resumió en un duro tuit, no solo uno de los puntos abordados en la entrevista, sino el sentir de muchos sobre lo que ha sido el sexenio mismo: “En las respuestas sobre seguridad de EPN a Denise Maerker queda claro que el sujeto no solo perdió la brújula en la materia —si alguna vez la tuvo— sino, mucho peor, perdió la vergüenza —si alguna vez la tuvo—. Tan pequeño y tan dañino en esta gigantesca catástrofe que hereda”.
Mañana, 98 días… y contando.