La Iglesia celebra cada tres años las Jornadas mundiales de la Juventud y los Encuentros mundiales de la Familia, las temáticas no son casuales. Son dos frentes donde tiene más carencias, que trata de remediar mediante la concientización de estos sectores que están íntimamente relacionados.
Los Jornadas y Encuentros comenzaron a organizarse en los tiempos de Paulo VI y de Juan Pablo II respectivamente. Los mismos se han transformando en función de la situación internacional y los cambios en la Iglesia Católica. Analizaré la Iglesia a nivel local, regional e internacional, en un mundo globalizado.
Lo más notable es una crisis en la credibilidad institucional como resultado de las persistentes denuncias de abusos sexuales de los sacerdotes, aunque lo más dañino para la institución es la protección y negativa a entregar estos delincuentes a la justicia civil. Generándose una desconfianza generalizada en la institución, la cual en América Latina y Europa era ubicada como la principal constructora del sentido, la guardiana de los valores y los sentimientos más profundos de la sociedad. La pérdida de esta posición estructural llevó a un vacío organizacional que convoca a nuevas propuestas del catolicismo, a la vez que abre brechas que serán cubiertas por otras propuestas religiosas o simplemente convocan al abandono de lo religioso a sectores de la sociedad.
La mayoría de los cardenales que designó a Francisco lo hizo consciente de la gravedad de la situación institucional y le dio un claro mandato para aplicar los cambios necesarios. Este intento de renovación institucional choca con un conjunto de intereses al interior de la Curia Romana y los episcopados nacionales, como el mexicano, que se verían mermados por renuncias y expulsiones, de aplicarse a sus obispos las estrictas medidas planteadas por Bergoglio. Al igual que en ciertas órdenes y congregaciones religiosas cuyos líderes e incluso fundadores fueron activos pederastas como es el caso paradigmático de Los legionarios de Cristo y sus protectores.
A esto se le agrega la desactualización de los planteos institucionales en materia de moral sexual, familiar y los modelos identitarios que se ofrece a las familias y a los jóvenes. Complementados con las propuestas de modos de vida que no se adecúan a las expectativas laborales, sociales y económicas. Estos son los escenarios de agudas batallas y disputas por el control de los modelos simbólicos que orientan la vida social.
Los jóvenes mexicanos, según Conapo, inician su vida sexual entre los 16 o 17 años y se casan habitualmente a los 27 años, tienen 10 años de aprendizaje sexual y erótico al margen de la experiencia matrimonial. Consideran que irse a vivir en pareja es la conclusión de este proceso de aprendizaje erótico y no el inicio del mismo. Las relaciones sexuales en este contexto no necesitan ser sacralizadas por un matrimonio religioso “de por vida”. En México, entre 1990 y 2010, se duplicaron las uniones libres y sólo el 42% de los matrimonios civiles es ratificado por una ceremonia católica, sin dejar de mencionar el incremento de los divorcios. Esta realidad deja en “fuera de lugar” la oferta de la Sagrada Familia, con la castidad de María y la comprensión de San José.
La definición del esposo proveedor de bienes y la mujer ama de casa también está en crisis ante la realidad económica de la insuficiencia de los ingresos del conyugue para mantener un nivel de vida decoroso. Los procesos crecientes de profesionalización laboral de la mujer y sus reivindicaciones propias han desdibujado también el modelo tradicional de la esposa obediente y dedicada a la crianza de los hijos.
La utilización de métodos anticonceptivos ha incrementado el papel de la vida erótica en la pareja a la vez que permiten que se regulen la cantidad de hijos de la misma. La propuesta de tener “los hijos que Dios manda” y el empleo del método anticonceptivo del ritmo (Billings), el único aceptado por la Iglesia suenan anacrónicos. Sin dejar de mencionar el uso de anticonceptivos mecánicos como forma de prevención del contagio de enfermedades de transmisión sexual.
La condena de la homosexualidad por la Iglesia Católica es vista como cínica y vacía de contenido pues sus feligreses son conscientes de la existencia de gruesos contingentes de población LGTBI en las filas de sacerdotes, obispos, cardenales y religiosas.
La confrontación de la Iglesia con su propia realidad y con los cambios del contexto social llevan a la institución a la mayor crisis que ha tenido desde la Reforma Luterana.
Los jóvenes son conscientes de que deben trabajar duro para vivir mejor que sus padres y sufren un conjunto de estereotipos de los sacerdotes y obispos, quienes desde una perspectiva paternalista los tratan como si fueran niños. La Iglesia está perdiendo cada vez más la confianza de los mismos y desde su soberbia no quiere asumir las transformaciones en la visión del mundo de los jóvenes quienes les reclaman humildad, propuestas inteligentes y maduras que entiendan sus propias realidades.