Debo confesar que desde hace un muy buen rato no me emocionaba como el pasado fin de semana  con el Juego de Estrellas. Las ediciones anteriores no carecían de producción, pero sí de emotividad, de enganchar al aficionado  para mantenerlo frente al televisor el fin de semana y no sólo en el concurso de triples o el de clavadas.

Esta confesión no es más que con la finalidad de decirle a los organizadores (no es que estuvieran al pendiente ni mucho menos), gracias. Gracias por entender que el formato no era el mejor y debían ponerle algo, sazonarlo, y tomaron a dos ligas que tienen cerca, la NFL y la MLB. Ambas conservadoras en muchos sentidos, pero también abiertas al cambio, por ambiguo y contradictorio que parezca.

En el Staples Center no sólo vimos una constelación de estrellas del mejor basquetbol del planeta, sino  a dos jugadores que la gente ama u odia, Stephen Curry y LeBron James como capitanes de los equipos.

Con esta edición  vimos un buen producto televisivo, como nos tienen acostumbrado nuestros vecinos del norte, y vimos un gran partido; sí, un gran partido.

El fin de semana sin duda fue especial y qué mejor forma de cerrar que con la ovación  a su majestad Michael Jordan al  recibir la estafeta para la edición del próximo año en el Spectrum Center, hogar de los Hornets de Charlotte. 

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