Los poemas de Antonio Deltoro forman una especie de mundo paralelo. Un mundo hecho de palabras, desde luego; pero también de visiones, de presencias insólitas, de inventos felices y algunas veces melancólicos. Uno diría que todo ello se desprende de un punto de vista peculiar, como si se tratara de una óptica más o menos original que desencadena o arma extraños objetos verbales: “Deltoro ve las cosas muy a su manera y así escribe de ellas”, pero no; habría que decir, mejor, lo siguiente: “De los sentidos y la imaginación de Antonio Deltoro se desprende todo un mundo singularísimo”. La enciclopedia de ese mundo son los libro del poeta Antonio Deltoro.

El libro más reciente de este poeta extraordinario, nacido en la Ciudad de México en 1947, en el seno de una familia de españoles republicanos, se titula Rumiantes y fieras. Lleva el sello editorial de Era y empezó a circular a fines de 2017. En marzo de este año lo presentamos Carlos Ulises Mata y yo en la Feria Internacional de la Lectura Yucatán.

La presentación que hicimos Mata y yo de Rumiantes y fieras fue una conversación sobre la poesía de Deltoro, de la que ambos hemos sido lectores fieles durante largo tiempo; más tiempo en mi caso, pues soy mucho mayor de edad (aunque no de capacidades intelectuales) que Carlos Ulises, buen amigo y joven maestro.

Debe haber sido él, Mata, quien observó cómo funciona el delicado oxímoron que comporta el título del libro. Hay que pensar un momento, por lo menos, para ver que ambos tipos de animales se oponen por una vía muy del estilo de pensamiento de Antonio Deltoro: los rumiantes suelen ser bestias plácidas, amigables; mientras que los animales que llamamos “fieras” son en general criaturas devastadoras entregadas al desgarro sanguinario y a las devoraciones de otros seres vivos.

Creo que el primer título poético de Antonio Deltoro fue Algarabía inorgánica, publicado en las memorables ediciones de La Máquina de Escribir, de Federico Campbell. Allí entró en la poesía mexicana una forma de ver las cosas y de escribirlas que nadie sospechaba.

Deltoro llegó a las letras y a la poesía proveniente de la carrera de Economía y había hecho militancia pura y dura en la izquierda radical; pero su espíritu habita en verdad otros territorios, cuyos santos patronos llevan nombres como Antonio Machado, Jorge Luis Borges, Eliseo Diego. Es uno de los individuos más extraños, simpáticos y hospitalarios que me ha tocado conocer y tratar; su poesía es no menos extraña, simpática y hospitalaria, y Rumiantes y fieras lo refrenda de un modo formidable.

Esto no aspira a ser una reseña de ese libro. Pudo serlo, pero en el camino se convirtió en algo muy diferente. Solamente quiere llamar la atención sobre el hecho de que hay entre nosotros, en este país, un poeta maravilloso llamado Antonio Deltoro, a quien debemos gratitud y admiración, además de un inmenso cariño.

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