Por: Jesús Rodríguez Dávalos
Estudiar en cualquiera de las mejores universidades del mundo significa gozar del privilegio de aprender de destacados maestros, tener acceso a extraordinarias bibliotecas y centros de investigación, así como participar de la cultura y la historia de una nación de forma directa y tangible.
La Universidad Nacional Autónoma de México, mi UNAM, como una de las mejores universidades del mundo, ofrece a sus alumnos todos esos privilegios, pero tiene, además, la incomparable virtud de ser el espacio donde confluyen todas las realidades de México y, por esta razón, quienes nos formamos en esa Institución fuimos dotados de una riqueza incomparable: nuestros compañeros en la facultad.
El anhelo por estudiar en la UNAM comenzó desde mi infancia gracias al ejemplo de mis abuelos, el Lic. Jesús Rodríguez y Rodríguez, distinguido maestro en la Facultad de Derecho, y la Dra. Concepción “Conchita” Murillo de Dávalos, a quien el Presidente Miguel Alemán Valdés le entregó una medalla en reconocimiento por haber obtenido el mejor promedio de su generación y quien más adelante se desempeñaría como maestra en la Facultad de Filosofía y Letras; así, junto con el apoyo de mis padres, se materializó en mí el amor por esa Institución. De esta forma y junto con otros jóvenes provenientes de todas las regiones del país, formé parte de una generación que enfrentaría el desafío que ilustres maestros y mentores habrían de imponernos, desde los exámenes del Dr. Ignacio Burgoa Orihuela o del Dr. Ricardo Franco Guzmán o las pruebas que superamos en las clases de la Dra. María Teresa Rodríguez y Rodríguez o de Nacho Villagordoa, sólo por nombrar a unos cuantos de los maestros que nos forjaron. Día con día, éramos conscientes de los lazos de camaradería y amistad que forjábamos conforme nos convertíamos en universitarios; lazos de cariño y afecto que unen a esta familia, integrada por amigos y amigas que se conocieron en la Facultad de Derecho, y con quienes tengo el gusto de seguir conviviendo y compartiendo nuestros éxitos.
Tomaría algunos años más reconocer que, de forma paralela a esta camaradería entre universitarios, contraíamos una deuda con nuestra alma mater, pues gracias a la UNAM habríamos de dar cauce a nuestra vocación y nuestra vida profesional estaría dotada de un verdadero espíritu universitario; en lo que a mí respecta, gracias a la UNAM pude conocer y desarrollarme en el sector que habría de convertirse en una de mis más grandes pasiones, el sector energético.
En una primera instancia, las largas jornadas de estudio en la Biblioteca Central o en casa de mis compañeros me prepararon para colaborar con otros universitarios en el primer gran reto de mi vida profesional: trabajar en Petróleos Mexicanos y afrontar el cambio de paradigma que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la liberalización del Gas Natural trajeron al sector.
Un par de años más tarde fundé Rodríguez Dávalos Abogados, la firma en la que he practicado la abogacía por más de 25 años y en la que mi preparación universitaria me dotó de las herramientas que necesitaba para participar en diversos proyectos catalogados como “primero en su tipo”, siempre con la colaboración de destacados compañeros universitarios y teniendo presentes las enseñanzas de mis queridos maestros y de mis jefes, todos egresados de la UNAM y a quienes aún recuerdo con cariño como el Lic. Alejandro Ortega San Vicente, el Lic. Pedro Ojeda Cárdenas y el Lic. Jorge Mario Magallón.
De forma paralela a sus indiscutibles cualidades académicas, vale la pena detenerse a valorar otra virtud notable de la UNAM, pues a través de sus distintos órganos de difusión cultural incorpora a la vida cotidiana de los universitarios la apreciación del arte y con ello contribuye a la formación de mejores profesionistas y ciudadanos. Es admirable advertir que, como estudiante universitario, uno no está a más de unos cuantos minutos de distancia de una obra musical, teatral o pictórica capaz de transformar su existencia. Gracias a esta proximidad con las artes, estudiar en la UNAM significa tener acceso a un desarrollo personal que trasciende el plano académico o el desarrollo de habilidades profesionales, pues la Universidad comprende que su misión no es la simple producción de profesionistas, sino la formación de individuos que contribuyen al desarrollo de las ciencias, las artes y el desarrollo nacional.
Al día de hoy, además de reconocer que la educación universitaria que recibí en la UNAM fue de las mejores del mundo, tengo el privilegio de formar parte, junto con Mate, mi esposa, del patronato del Museo Universitario Arte Contemporáneo, recinto que alberga y resguarda un acervo de mil 800 obras, de más de 300 artistas y que actualmente exhibe una sobresaliente exposición de Ai Weiwei.
Por estas y muchas otras razones es que la labor de la Fundación UNAM (la FUNAM) tiene singular importancia, pues gracias a las becas de manutención que la FUNAM otorga a estudiantes de escasos recursos económicos, jóvenes universitarios hasta ahora desfavorecidos tienen acceso a la invaluable riqueza que representa estudiar en la UNAM y, consecuentemente, contribuir a la mejora de su entorno. Si bien citar cifras es insuficiente para dimensionar el impacto de la FUNAM, es significativo advertir que 87% de los beneficiarios de sus becas de manutención son la primera generación de profesionistas en su familia y que 60% de los becarios son mujeres y 40% hombres. Por si esto fuera poco, la FUNAM desarrolla otros programas mediante los cuales provee de apoyo nutricional a alumnos de bajo rendimiento académico y escasos recursos; permite a sus alumnos destacados realizar estudios en instituciones académicas del extranjero; promueve el desarrollo de programas de investigación en distintas áreas, incluyendo la neuropediatría, entre muchos otros.
Por estas razones, quienes reconocemos en nosotros las virtudes que la UNAM cultivó en nuestra formación aprovechamos la FUNAM como un medio para mantenernos cerca de nuestra alma mater de forma institucional, y al contribuir al cumplimiento de los fines de la Fundación UNAM mejoramos las posibilidades para que, dentro de un par de décadas, uno de sus beneficiarios pueda decir también: Gracias, UNAM.
Socio Fundador de Rodríguez Dávalos, Abogados
Facultad de Derecho, UNAM
Generación 1987