A él, lo que se dice a él, yo no. Tampoco le temo a su gente, es decir, a sus amigos de siempre, porque varios de ellos forman a su vez parte de mi entorno afectivo. Si acaso, desconfío, y mucho, de ciertos personajes que de pronto salieron a apoyar su nombramiento al frente ni más ni menos que del Fondo de Cultura Económica. Sus detractores, me refiero a los inteligentes, tampoco son motivo siquiera de la más mínima angustia porque también nos une la amistad. Los apoyadores incondicionales, que poco saben de él y menos de su obra, insisto, sí que resultan molestos pero nada más, son inofensivos.
Desde luego, conociéndolo —fuimos cercanos durante largos años, quizá tantos como los que los caminos de la vida nos han alejado sin que mediara para ello desacuerdo alguno—, nadie habría pensado en verlo convertido en todo un señor funcionario público, con horario, oficina, tupper y detrás de un escritorio. Primero se habría quitado el bigote, pisoteado la boina del Ché y el sombrero de Villa. Pero a él, como a muchos, lo alcanzó la historia: no se puede vivir siempre en la oposición. Bueno, se puede, sí, y hasta hacer de esa conducta un lucrativo modus vivendi, pero eso es para los políticos en los partidos. Taibo II de algún modo sabía que alguna vez, por lejano que pareciera, su causa iba a ser gobierno y que él se tendría que involucrar. Vamos, que no sólo le encargasen talleres de formación de cuadros (asunto por demás extraño en un país como el nuestro), sino que aceptara dejar la oposición, subirse al carro que criticó, con justicia, y tomar el volante de uno de los vehículos que ahora está a punto de conducir.
Ni él, cuya vida ha transcurrido entre libros, sabe en la que se metió. Bueno, sí pero no. Sabe, porque no cualquiera se avienta la vida entera escribiendo hasta llegar, él mismo habrá perdido ya la cuenta, a la centena de títulos publicados; ni cualquiera se avienta el trabajal de dirigir por un cuarto de siglo la que fue, y es, la más intensa y exitosa feria de literatura de género como la Semana Negra de Gijón.
El problema será cuando desde el primer día de su administración se dé cuenta de las falencias que arrastra el Fondo y que vendrían a ser tantas como sus cualidades, y perciba que sobre sus gijonenses hombros está la responsabilidad de hacer de esa poderosa editorial del Estado una empresa competitiva. Y eso conllevará muchas labores de limpieza, de recorte, de ajuste para que los libros del Fondo lleguen de verdad al lector y sean leídos, dos hechos muy distintos. Taibo II sabe de competencia porque él, su obra, ha tenido que competir con la de muchos otros autores en muy numerosos países, incluido México, y ha ganado. Sabe que los autores merecen vivir de sus regalías o al menos tener un ingreso digno por ellas, y que el Fondo cuenta ni más ni menos que con el apoyo económico estatal para lograrlo y poco a poco recuperar el espíritu que le imprimió don Daniel Cosío Villegas, sólo que ahora hablamos de un monstruo editorial que abarca 200 colecciones y tiene filiales por el momento en 10 países.
Ha dicho por ahí en diversos medios que no dejará sus otras actividades y que incluso sumará algunas nuevas para apoyar al gobierno entrante. Nadie que lo haya visto trabajar duda de su capacidad múltiple, pero el Fondo es tan grande, tan inabarcable, que dirigirlo —si ha de hacerse bien— es como ser el único piloto principal de un Airbus 380 que realiza vuelos las 24 horas del día y que no descansa sábados ni domingos. O sea, en buen romance: está cabrón.
Y ha de ser así, porque Taibo II no puede darse el lujo —me parece que ni él ni su gente lo aceptaría— de llevarse el cargo chocotorramente, entre desayunos, comidas, cenas y viajes para agasajar a los autores favoritos en turno. Desde luego que no. Si él se metió en un proyecto que ofrece el cambio, ha de llegar para cambiar el estado de cosas y mejorarlas.
Sé que hay quienes esperan que renuncie a los dos meses de su administración o que se arrepienta de aquí al 1 de diciembre y mejor se dedique a escribir otro centenar de libros. Pero apostar al fracaso ajeno es, además de muy pinche, muy ciego en este caso, porque si una empresa editorial puede contribuir a que se supere al fin ese maldito libro y medio al año que en promedio lee cada mexicano, es el Fondo.
Y que sí, que Taibo II es acelerado, locuaz, y que si sus decires se sacan de contexto parece que se le van a escapar las cabras al monte, pero en realidad es un resabiado zorro y tal como se están poniendo algunos nombramientos en el gabinete, sin duda que al menos el Fondo con él tendrá futuro.
Si alguna vez desiste, nos quedaremos de su vasta obra —en su mayor parte leída aquí por el escribidor—, con tres obras que justifican su paso por este mundo: Días de combate, Sombra de la sombra y Cuatro manos.
Si no desiste, el único problema será que en las instalaciones del Fondo no podrá fumar, y dudo que arme su despacho en la azotea del edificio —aunque no es mala idea, pensándolo bien—.
Así que parafraseando al enorme Edward Albee, preguntémonos ¿quién le teme a Virgi Taibo II? Yo no, ni tantito.
@cesarguemes