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La posible, remota pero posible nueva forma de difundir la cultura, entendida como apoyo estatal para la promoción de las artes en todas sus modalidades que está ya a la vuelta de sólo un cuatrimestre, no acabará tan fácil con los usos y costumbres de la ya establecida, aunque debería imponer su sello bajo criterios muy diversos a los recientes si de veras se busca ofrecer una transformación o al menos una variante.
Si partimos de que la palabra escrita es el medio de comunicación por excelencia —puede usted observarlo sin problemas si ve que la enorme cantidad de usuarios de telefonía celular, de todas las edades, prefieren enviar mensajes que conversar de viva voz—, entonces hablamos de tres ámbitos que necesitan uno del otro y entre ellos son indispensables: a) el aprendizaje de que la escritura no ha de remitirse sólo para un chat amistoso o familiar sino para el amplio público lector; b) la educación para que ese público, el que recibirá el mensaje escrito, se vea impelido y dispuesto a leer un texto que tiene tantos destinatarios como merezca; y por último, c) casi nada, la necesidad de una manera eficaz de que los textos realizados lleguen a su destino de las mejores maneras posibles.
Que sí, que para el primer asunto ya existen un millonazo de talleres de escritura particulares —los habrá buenos, los habrá patito, como en cualquier actividad humana—.
Que sí, entendemos que justamente el público lector se acercará a lo que mejor le parezca, y no se aproximará a lo que no le cuadre.
Y, que sí, por último, ahí están las bibliotecas y algunas librerías (cada vez menos), enormes elefantes blancos unos y coloridos los otros, que funcionan como sitios para presentaciones de novedades y sus respectivos cocteles, así como refugio para los escasísimos lectores reales que tenemos en el país: tanto da si el promedio de libros por persona al año es de 1.5, como se manejó durante años, o 3.5, de lo que se habla reciente y sospechosamente: en ambos casos es ridículo, vergonzoso, es un crimen en contra del camino único que puede llevarnos a mejorar el camino: la ilustración.
Por su parte, ya vimos que el experimento de mandar imprimir cientos de miles de ejemplares de dos o tres títulos para obsequiarlos crea la sensación falsa de que la literatura llega a la ciudadanía, pero se ha olvidado históricamente que primero hay que crear ciudadanía con necesidad de leer e informarse, porque sin ella lo que se realiza son tirajes mastodónticos que acaban a saber dónde, pero seguro sin lectores, porque en un país como el nuestro, carente de todo, cualquier objeto que venga en forma de obsequio, se toma: para eso es un regalo, para aceptarlo. Y nada más.
Hace no mucho tiempo, quizá 10 años, me decía cierta persona encargada de producir programas radiofónicos: “Si dices al aire que tenemos 10 metros de listón, y que vamos a obsequiar un metro a cada una de 10 personas que se presenten en la emisora, tenemos medio millar en la puerta en 15 minutos…” Y lo que decía era verdad. Lo gratuito no se valora, ni se emplea y, para el caso, ni se lee.
Si vivimos en una realidad y en un país donde en efecto las personas tienen necesidad de comunicarse por escrito (como demuestra, me permito insistir, cualquier sujeto que vea en la calle o en su cercanía familiar con un dispositivo adecuado para ello en la mano), entonces está recorrida por lo menos la mitad del camino. Bastará hacerles saber a todos esos habitantes que ese ejercicio cotidiano y adictivo que es la escritura tiene sus modos y sus arreglos, que se aprende para no acabar mandando un mensaje por demás triste como el infame “Ola, ke ase”. Y que habrá, de entre todos, un número muy considerable de asiduos al “mensajeo” que descubran que tienen la capacidad no sólo de enviar emoticones o de crear “hilos”, sino de contar esa historia que tienen dentro para un público muy amplio y que ello les premiará de alguna manera además del aplauso.
Si hay tanto fregado taller de escritura, ha de haber talleres de lectura, en particular en la iniciación a la misma, que desde luego no tiene nada que ver con la edad. La necesidad de leer está ahí, en cada mensaje de “Whats”, y aplica para los más chavales y los más grandes de edad.
Desde luego, nos haría falta una nueva política editorial que provenga de las arcas estatales y que permita satisfacer la demanda ya generada (si es que son atendidos los dos anteriores rubros).
Para hablar, si el querido lector me lo permite, en términos cuánticos, todo lo señalado es posible al mismo tiempo que no lo es. Para explicar el asunto del gato de Schrödinger, me tomo la pequeña libertad de decirles a los nuevos administradores de la cultura que la tienen muy compleja, y que aquí encontrarán sólo algunos lineamientos, porque para las soluciones a ellos ustedes son los que devengarán un sueldo que todos habremos de pagar.
@cesarguemes