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El año de gracia en que nació se alinearon los astros, pero no los de la imaginación, sino los del que sería su equipo inefable, las Chivas. Ese 1963, el Guadalajara pasó por encima del Atlante para ganar la Copa México, en un partido épico. Las estrellas, 11, que a futuro lo marcaron —quizá para bien— fueron, iniciando por la portería: Juan Gómez, Arturo Chaires, Ignacio Sevilla, Ignacio Salas, Juan Jasso, Agustín Moreno, Javier Barba, Salvador Reyes, Raúl Arellano, Javier Valdivia e Isidoro Díaz.
Y el dato adquiere relevancia porque del mismo modo en que De Mauleón ha sido fiel a los colores del equipo, lo ha sido para las letras y el periodismo, sus únicas otras dos vocaciones.
Hoy nos encontramos con un título más de su autoría, dividido en un par de amplios volúmenes de crónica narrativa, publicados por Planeta: La ciudad oculta, 500 años de historias. Y más allá de otras obras —algunas de creación como El secreto de la noche triste, La perfecta espiral o Como nada en el mundo—, la crónica citadina ha sido su senda, y de ese afán irreductible de un chiva de corazón sobran otros ejemplos, como La ciudad que nos inventa, El derrumbe de los ídolos, El tiempo repentino y Marca de sangre: los años de la delincuencia organizada.
Y no es casual que se haya interesado en el transcurrir del crimen, como se evidencia en las salpicaduras de sangre de sus trabajos recogidos en libros. Héctor de Mauleón tiene la impronta del periodismo policial y por eso es capaz de documentar —siempre basado en diversas fuentes verificadas y con las pruebas en su ordenado estudio— de lunes a jueves, en este diario, el paso de la vida canalla en su indispensable columna de título En tercera persona, que ciertamente informa de las crueldades del mexicano domicilio en todas sus variantes, y que el lector matutino de periódicos deja para el cierre porque ahí estará, con pruebas, un trabajo profesional que es capaz de provocar en el asiduo un encabronamiento mayúsculo mezclado con una inevitable depresión.
Pero como buen escritor, sabe encontrar un alivio semanal a tanto crimen que documenta mediante su labor televisiva en El Foco, en el que descubre las maravillas de construcciones, personajes, calles, usos y costumbres de los citadinos. Ese remanso laboral —el tipo de verdad descansa haciendo adobes— se suma a otro, cada mes, como subdirector de Nexos, revista de reflexión y sosiego.
Desde luego que todo este resultado profesional se relaciona con su formación estudiantil con la cual inician las leyendas que lo rodean: que si estudió en una secundaria anexa o que en realidad egresó de algún colegio particular; que lee y traduce al vuelo de cuatro idiomas distintos o que se ciñe al castellano como única bandera; que si cuenta con una serie de títulos universitarios o que si resultó la oveja más negra de la familia y se fue por la libre para formarse, con un par, en variopintas redacciones al lado de grandes maestros del oficio.
El caso es que la leyenda de su ubicuidad en casi todos los ámbitos ha operado —él sabrá cómo y vale más no preguntarle— para ser hoy un referente periodístico al que acuden los medios electrónicos con gran frecuencia a fin de recoger su punto de vista sobre muy diversos temas de seguridad, política y cultura de los cuales se ha vuelto experto.
Es muy evidente, señala también la leyenda, que en su más tierna infancia —al menos se intuye que la tuvo—, en su incipiente biblioteca se mezclaban los novelistas clásicos y los libros de crónica, con las revistas de Batman, Supermán, Archie, Kalimán y Chanoc. Se dice que lo mismo admiró y fue asimilando con el paso del tiempo a Payno, Altamirano, Gutiérrez Nájera o Prieto, entre muchos otros, que a muy temprana edad gozaba feliz de seguir en la televisión de entonces a Ultramán, primero, después a Ultraseven y por supuesto a La Señorita Cometa, el amor imposible de todos quienes nacieron en los tempranos años 60.
Se cuenta que lo han visto por igual marcándose unos de nana, buche y nenepil, acompañados de un refresco rojo, que departiendo en tardes y noches que se han vuelto amaneceres con sus pares de la literatura y el periodismo en sitios a los que se entra sólo con reservación de una semana previa, y en donde se sirven platos de autor, remojados con los mejores productos del Valle de Guadalupe.
Se sabe que una vez invitó a este escribidor a trabajar a su lado, en un proyecto periodístico muy atractivo, pero que el escribidor se apegó a la fidelidad de su medio de entonces y, cerrando los ojos, dejó pasar aquella oportunidad de oro. Se sabe, también, que después el cronista le devolvió la cortesía, cuando por una diferencia de horas no pudo incorporarlo al equipo que conformaba, curiosamente, para uno de los suplementos que ha dirigido, Confabulario.
Lo cierto de Héctor de Mauleón es que a diferencia del personaje de Joseph Roth en La leyenda del santo bebedor, se ha vuelto el santo narrador del México contemporáneo.
Y en cuanto a las Chivas, Héctor, es bueno que recuerdes que no siempre ganarás, pero cuentas con una legión de lectores asiduos y, te lo aseguro, siempre tendrás a tu lado a los mejores y más leales amigos que la vida puede darte.
@cesarguemes