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Partamos de que el hasta ahora presunto criminal y su cómplice son unos hijos de la chingada.
Pero no podemos quedarnos ahí, con una simple definición.
Ni siquiera con el sobrenombre para llamar al tipo que de inmediato adoptaron los medios electrónicos e impresos más las redes sociales, el Monstruo de Ecatepec.
No. Ese camino conduce a un reduccionismo inútil o a lo más parecido: la discusión boba de si al hablar del sujeto, de nombre Juan Carlos “N” (y su cómplice, Patricia “N”), equivale a “romantizarlo”. Aunque usted no lo crea —sorry, Mr. Ripley—, hay bandos al respecto: quienes están a favor de conocer las motivaciones del sujeto —sea a través de la que es quizá la mejor herramienta social a mano, el periodismo; y la segunda, la opinión de psiquiatras y psicólogos— y quienes en sus medios por algo que debe entenderse como “respeto al público”, tan sólo lo enuncian y no incluyen las declaraciones del Monstruo.
Por lo pronto, la ventaja para saber —y por consecuencia necesaria prevenir y evitar la repetición de los actos salvajes del sujeto— la tienen los profesionales que no sólo consiguen la información de primera mano sino que la difunden. Es un deber periodístico, por principio, y luego, como ya es muy difícil que los familiares de las víctimas confronten de manera directa al Monstruo, será por ahora su única forma de personalmente iniciar el doloroso proceso del duelo y también de exigir la aplicación de la ley sin ningún miramiento. Y es que en esta tragedia, a diferencia de la variopinta fauna de criminales que azotan al país y se escudan en argumentos legaloides, Juan Carlos “N” quiere hablar. Y lo hace. Entre más hable, por descarnados que sean sus relatos, más se hunde.
En México no contamos del todo, como en los países del primer mundo, con departamentos oficiales dedicados al análisis de la conducta criminal. Pero a cambio, sí tenemos la escuela que nos ha dejado su estudio.
Sobre los asesinos en serie la necesidad inicial es detenerlos. La segunda es estudiar su sistema de pensamiento, lo que derivará en el conocimiento científico de estos seres que si bien no merecerían compartir el suelo que pisamos sí aportan con sus confesiones elementos valiosísimos para aprehenderlos lo más rápido posible, antes de que causen más dolor en sus potenciales víctimas directas e indirectas.
Stéphane Bourgoin, especialista francés en el tema, con una enorme bibliografía al respecto, determinó hace ya tiempo que los asesinos seriales se dividen en cuatro categorías: organizados o desorganizados, y psicópatas o psicóticos. Desde luego, Bourgoin no “romantiza” nada. Habla directamente con los asesinos y brinda para el lector el producto de sus indagatorias. Del oscuramente célebre asesino Ottis Toole, por ejemplo, obtiene —leemos en su libro de título Asesinos— una líneas que ofrecen una similitud espantosa con el Monstruo local. A pregunta de qué le impulsaba a cometer sus crímenes, Toole responde: “Bueno, pues alguien me golpeaba o trataba de engañarme. Entonces, de un modo u otro me vengaba. No era por una sola cosa, sino por muchas (…) Yo no mato a personas que pasan una puerta. Era mi cabeza la que me obligó a matar”.
Por su parte, Robert K. Ressler —fallecido hace escasamente un lustro—, quien acuñó el término de asesino en serie y formó parte del FBI destacadamente en la conformación de la reconocida Unidad de Ciencias de la Conducta, parece describir al Monstruo de Ecatepec cuando habla de las fases del crimen en su volumen El que lucha con monstruos: “La segunda fase es la comisión real del crimen: en ésta, situamos la selección de la víctima así como los actos criminales en sí, entre los que figuran muchas más cosas además del asesinato: secuestro, tortura, violación… La tercera fase es la eliminación del cuerpo: en tanto que algunos criminales no se preocupan en absoluto de que la víctima pueda ser hallada, otros recorren grandes distancia para evitar que los descubran”.
También del FBI y experto en el tema, el doctor Joel Norris asienta en su libro Henry Lee Lucas, retrato de un asesino en serie, una verdad que embona con la presente estupefacción ante el Monstruo: “El problema de la credibilidad de Lucas es el mismo que en el resto de los asesinos en serie. Este tipo de criminales son un fenómeno que casi nadie comprende. El asesino rara vez responde a un estereotipo. Sus crímenes son inexplicables porque el móvil que tienen es interno, no explícito, y su motor es una especie de impulso animal. Por eso los crímenes de un asesino en serie resultan incomprensibles para la gente”.
Así que estamos ante un problema serio que ha de ser abordado con método, tanto como se ha hecho en el terreno de la literatura desde la época del Nuevo Periodismo con los maestros Capote y Mailer, hasta nuestros días con numerosos y loables ejemplos de trabajo.
Quienes se niegan a desmontar, armar y rearmar el sistema de pensamiento de un sujeto como el Monstruo de Ecatepec harían muy bien en repasar sus clases de criminalística.
“Romantizar” o no “romantizar”… Menuda e irresponsable pendejada.
@cesarguemes