Todo ante sus ojos redondos es sorpresa, colores no imaginados, algarabía recién descubierta. Todo es confianza en quienes lo rodean: una confianza, ciertamente, producto de la inocencia de un pequeñísimo elefante que es un niño frente a un mundo enorme y muchas veces brutal que le acarreará no pocas desdichas internas. Todo en él es esperanza y una futura indomable superación no sólo a lo desconocido sino a lo que parece imposible. Y todo él, o casi todo él, son sus enormes y afelpadas orejas en las que residirá, como habita en cada ser humano alguna habilidad innata, la potencia para integrarse al mundo con hijos de puta en cada esquina pero también con unos cuantos amigos entrañables.

Así es Dumbo, así lo conocimos desde que la compañía Disney lo llevó a la pantalla en 1941 y que ha habitado en la imaginería popular desde entonces —un poco desde antes, si se toma en cuenta su antecedente literario— y que representa la pelea entre el individuo que ha de combatir en un campo de batalla del cual desconoce no sólo las reglas, sino que no identifica fácilmente a los contrarios y que para su malhadada suerte no sabe siquiera que su mejor arma es justamente aquello por lo que ha sido víctima de burlas, vejaciones, soledades: sus orejas que ha casi arrastrado —ante un mejor uso— desde que tiene uso de memoria.

Las penurias para nuestro querido Dumbo, aun ahora en 2019, no han terminado: los productores de la cinta, con “personas reales” y no con dibujos animados, dejaron en las manos que Tim Burton tiene por sistema digestivo el futuro de uno de los seres más entrañables que ha acompañado a ya varias generaciones. En el laboratorio del Dr. Frankenstein, Dumbo habría estado infinitamente más seguro.

Que sí, que pese a los choques eléctricos que parecen gobernar su media docena de neuronas, Burton ha conseguido —a saber haciendo pacto con qué demonios de Hollywood—, las muy logradas Big Fish, Ed Wood y Sleepy Hollow. Y ya. Ninguno de los seguidores de Bruce Wayne de toda la vida le perdonarán haberse metido con la figura de Batman —aunque con el presupuesto que tuvo debió respetarlo o le cortaban las ganancias— a cambio de que enfrentara a sus archirrivales de siempre pero llevados, así fuera por extraordinarios actores, a la parodia de sí mismos.

Nadie le perdonará a su médico de cabecera no haberlo separado a tiempo de ese monotonal y esperpéntico Danny Elfman, quien ha colaborado con Tim Burton a la creación de un pequeño universo de seres que gracias a su locura o traicionan a la idea original o reivindican la idea de que le vendría muy bien una cena, al menos una, con el gastrónomo y psiquiatra Hannibal Lecter.

La cinta de Dumbo, prontísima a estrenarse, al menos sigue ciertas bases de la historia planteada por sus creadores Helen Aberson y Harold Pearl —si Burton se hubiera saltado esas trancas difícilmente vería la primavera—, y tiene, al menos y seguro eso lo salvará, el guión de Ehren Kruger, un profesional de la escritura del cual recordamos, por ejemplo y entre otras cintas, The ring, la trilogía original de Tansformers, la nueva versión de Ghost in the Shell: el alma de la máquina o Los hermanos Grimm, que hablan por sí mismas de un trabajo dedicado, cuidadoso, imaginativo y muy pero que muy lejos de cualquier psicopatología.

Es cierto, no se vale hacer spoilers, pero resultará muy claro que el inteligentísimo ratoncito cirquero Timothy Q. Mouse, se verá, en la nueva versión, desleído, insinuado apenas (ay de ti, chorrillento Burton), pero sustituido con la maestría reconocible de Ehren Kruger que llevará la esencia, digamos el espíritu de un ser tan necesario, a otros personajes que estarán cerca de Dumbo y habrán de colaborar en el entendimiento de qué es una pluma mágica.

Y aquí llegamos, lector querido, al punto más alto de la metáfora que encierra, sin ocultarla, la verdad de Dumbo: una pluma de ave con poderes mágicos. Pero calma: todos sabemos, los espectadores y quienes están en derredor de Dumbo, que la pluma no tiene poder sobrenatural alguno pero que tampoco es un placebo. En términos muy sintéticos, recordemos que el proceso del enamoramiento genera, entre otros diversos compuestos, dopamina y serotonina. Gracias a ellas, en esas etapas iniciales somos capaces de creerlo todo, lo que sea, hasta que una pluma nos permitiría volar. Luego de la tragedia, Dumbo recibe amor incondicional y lo corresponde de la única manera en que lo hacemos muchos seres vivos: con una reacción neuronal que nos hace ser más fuertes, superar los miedos, enfrentar lo avatares de la existencia y crecer.

Veremos pues, a Dumbo, en inmejorable compañía actoral: Colin Farrell, Danny DeVito, Michael Keaton y Alan Arkin. Y lo merece para que luzca toda su bonhomía.

Las orejas de velocidad supersónica de Dumbo no responden a ningún placebo, sino a un cariño limpio, saludable y transparente. Cariño que ha de respetar Tim Burton a rajatabla porque representa mucho de lo mejor del género humano y, de paso, porque hay mucho pinche loco suelto en Hollywood y vale más andarse por la sombrita.

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