Más Información
“Don Neto”, exfundador del Cártel de Guadalajara solicita libertad anticipada; casi termina sentencia por el asesinato de Kiki Camarena
Sheinbaum supervisa avances de Pensión para Mujeres en Aguascalientes; “¡Bienvenida!“, dice gobernadora Teresa Jiménez
Caso Ayotzinapa: Cae “El Cholo” Palacios en Tlatlaya, jefe de plaza de “Guerreros Unidos”; está implicado en la desaparición de los 43
Detienen a cuatro extranjeros con más de mil kilos de cocaína en Acapulco; Marina ha asegurado cerca de 51 toneladas en 2024
Operativo contra funcionarios municipales en Edomex lleva 7 detenidos: García Harfuch; tareas continúan
Organizaciones civiles exponen necesidades del campo a diputados; es necesario reasignar entre 4 y 5 mil mdp para el sector, estiman
Contar con talento para escribir no parece ningún problema. Dedicar años de trabajo sin pago a la escritura de una de las mejores novelas en lo que va del siglo, tampoco debería significar un error sino un laborioso acierto. Y esos dos factores, es verdad, son plausibles cuando se conjugan en una sola persona. Luego, dar el salto del talento más el trabajo arduo a tener millones de lectores en varias lenguas con una sola obra, parece casi imposible, pero de vez en vez sucede.
Y ahí aparece lo que a partir de ahora podemos llamar, lector querido, “la maldición del marciano” —por cierto, un buen título para una obra de teatro u otra novela— que se acaba de clavar sus colmillos en el cuello del extraordinario autor estadounidense Andy Weir.
El estado de cosas para él no podía ser peor en el pasado: después de picar piedra durante años, formarse universitariamente para poner en orden sus amplios conocimientos de informática y sacar tiempo de la nada para investigar a fondo sobre las condiciones de Marte y lo que una estancia allá implica —no implicaría, sino que implica, en presente y tiempo real—, el resultado fue una de las mejores novelas posibles que, sin embargo, no leía ni su señora abuela. Y todavía le esperaban a Weir un par de pruebas: si nadie quería editar su obra El Marciano le pareció buena idea, si bien desesperada, darla a conocer en su página personal. La repercusión del acto fue poca, desesperanzadora. Pero Weir, con un par, negoció con Amazon la posibilidad de vender su libro mediante esa plataforma por un precio inferior a un dólar el ejemplar —el método no es nuevo y a esa extraña rifa entran cada año muchos autores—. La respuesta fue mejor, pero apenas.
Y entonces sucedió lo que nuestro prosista en caso seguramente deseaba desde el inicio, como justo pago por sus esfuerzos: ser publicado por un sello editorial en toda forma. Quizá con eso bastaba. El libro encontraría a sus lectores, no sólo por cierto a los aficionados a la ciencia ficción dura, sino a cualquiera que buscase una obra en donde la capacidad humana se pone a prueba decenas de veces con todo en contra —desde luego como le había pasado en el planeta Tierra al propio Weir— y luego de muchas batallas perdidas se ve allá a lo lejos una lucecita de esperanza real.
Para sorpresa del escritor, El Marciano se convirtió en uno de los libros más vendidos en su país, consiguió el sobrenombre de best-seller que cientos critican pero todos desean en baja voz. Vinieron las reimpresiones, los viajes, el libro se tradujo y empezó a leerse como lo que era y es, una novela como una catedral. Así que llegaron los dólares a manos llenas, con todo merecimiento.
Y después pasó el tiempo, no mucho, sólo seis añitos, suficientes como para generar sobre Weir la expectativa de que debería traer entre manos una novela todavía mejor que la única hasta el momento y que le dio fama y fortuna. Era esperable que así fuera, vamos, la capacidad del autor está avalada en cada página de su obra.
Entonces decidió publicar su segunda novela, Artemisa, de título, cuya acción transcurre en la Luna. Entre que apareció en su idioma original y que empezó a agotarse en los estantes en su formato físico, debieron pasar escasos minutos, menos de 10. Y acaba de suceder, ahora que puede leerse desde ya en castellano y conseguirse con absoluta facilidad en México, lo mismo. Y otro tanto pasa y pasará en tantos idiomas como se edite.
Pero ahí, el hado cruel que no perdona, encarnado en “la maldición del marciano”, está haciendo pedazos al buen Andy Weir justo ahora, mientras usted y yo tomamos el primer café del día.
La maldición es simple: si haces una primera novela de verdad fuera de serie, todos aguardan la segunda y la tercera y las que vengan, con el mejor de los ánimos, con la sed que Weir había logrado despertar.
La vida es cruel, y más cuando el éxito en tu propio planeta proviene de escribir sobre las peripecias de un astronauta abandonado en Marte. La novela Artemisa se deja leer, por supuesto, el tipo tiene oficio, y se apega a los conocimientos más avanzados que tenemos de la Luna, como en su momento se apegó cual astrofísico digno del Nobel a lo que hace unos años sabíamos de Marte. Tal vez el hacer un poco más “juvenil” la obra, bajarle el tono narrativo y meterle más picardía que a la primera fue y es la causa de su desgracia. Cualquiera que no haya leído previamente El Marciano disfrutará cual niño con tablet nueva de Artemisa. Pero eso es mucho pedir, porque si se ha vendido y leído Artemisa es justo por El Marciano.
Un poco el asunto se había puesto feo cuando inexplicablemente el muy serio director Ridley Scott, con un elenco de lujo liderado por Matt Damon, hizo una versión cinematográfica de El Marciano y la volvió de una simpleza que provoca penita ajena.
Si sabe usted hacer algo con maestría, ha de tenerla en cada paso que dé, sin ceder, o de plano detenerse ante la mejor obra que pudo haber creado y que no superará ni igualará. En caso contrario, lo espera, lamento informárselo, “la maldición del marciano”.