No está arraigada entre nosotros la práctica de salvaguardar la memoria de las altas responsabilidades públicas mediante el recurso al diario o a las memorias, lo que complica la reconstrucción de las vivencias a las que únicamente tuvieron acceso quienes las escenificaron.

Si alguien escribiera el paso del Ministro Cossío por la Corte tendría que referir que sus contribuciones a la justicia derivan de la inescindible amalgama entre su preparación académica, su claridad en torno a lo que representa un Tribunal Constitucional, y su sensibilidad para impulsar una agenda judicial con énfasis en la defensa de los derechos.

Cossío conoció el trabajo de la Corte muy joven,

cuando comenzó a laborar en la ponencia del Ministro Jorge Carpizo, uno de sus grandes maestros. Tomó distancia para prepararse académicamente y llegar al cargo con la especialización necesaria, y una vez en él, comenzó una fructífera andadura que hoy se patentiza en un robusto catálogo de criterios que tienen un espacio reservado en la 9ª. y la 10º. época del PJF.

Su llegada a la Corte no fue fácil. No fue el único externo en acomodarse esa toga, pero si el primero que desde su nueva composición pasaba directamente de la academia, con poco más de 40 años, a la más alta magistratura. De ahí que su forma de entender el derecho y los derechos, de plantearse los problemas, proyectar las sentencias y deliberar en público, fueron significativamente diferentes a las del resto de integrantes, provenientes mayoritariamente de la carrera judicial, lo cual generó un inicial cisma en el funcionamiento de un órgano colegiado por excelencia, cuyas repercusiones estuvieron presentes los 15 años de su encargo.

Sin embargo, tuvo el tino de advertir su desventaja, y de la mano de un sólido equipo de colaboradores buscó introducir paulatina pero consistentemente cambios en la dinámicas internas de la Corte. Inicialmente lo hizo donde se requería, en sus sentencias, empeñado en que no solamente fueran pulcras en lo jurídico y robustas en sus razonamientos, sino que necesitaban expresar una vocación de magisterio, al fin y al cabo era profesor, para explicitar los alcances de los derechos a los justiciables, pero también al resto de la judicatura.

Acaso por ello, siendo presidente de la primera sala intentó homologar la estructura de las sentencias mediante un manual de redacción judicial, para desterrar el añejo formato lleno de transcripciones innecesarias y mostrar que la Corte podía actualizarse y emitir resoluciones más cercanas a las sentencias constitucionales . No logró la adhesión de los demás ministros, patentizando en este tema, como en muchos otros, las profundas diferencias existentes entre los internos y los externos en relación al funcionamiento de un TC.

Conocedor profundo del sistema competencial de la Corte, Cossío fue el que mejor supo utilizar estratégicamente la facultad de atracción, como herramienta clave de una agenda en la que intentó acercar a la Corte aquellos asuntos de especial relevancia. Lo hizo de manera personal, pero también institucional, lo cual lo llevó a impulsar un programa de derechos humanos que muy pronto rindió frutos en temas como la sustracción de menores, los derechos indígenas, la nulidad de la prueba ilícita, el derecho a la propia imagen, el derecho a la intimidad y los derechos de los transexuales, entre otros.

Su empeño por transformar una institución a la que le falta mucho para presentarse como un verdadero TC lo condujo a sopesar la búsqueda de la presidencia de la Corte, pero advirtió, enseguida, que no existían condiciones para arrebatársela a los ministros de carrera que desde siempre la han gobernado. Al no tener esa expectativa terminó por liberarse, dentro de una etapa final en la que se caracterizó por fijar con mayor contundencia sus posiciones, y elevar su tono critico frente a las decisiones de la propia Corte, a través de conferencias y artículos académicos, constatando que nunca fue autocomplaciente.

Se va el ministro Cossío, pero deja un legado firme de lo que debe ser un auténtico juez constitucional,

en un momento en el que necesitamos reforzar la posición y el papel de la Corte. De lo que no hay duda es de que necesitamos más ministros o ministras así. Bien valdría la pena que pensara en el Diario de un Ministro, escrito en primera persona, para contrastar esto que se ha visto desde fuera, con la versión propia del autor. Cómo nos gustaría saber, por ejemplo, todo lo que ocurre en la Corte, tras bambalinas, en resoluciones como la Ley de Seguridad Interior.

Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. @CesarAstudilloR

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