Decíamos en 2013, con motivo de haber sido México sede de la séptima cumbre del G20 en 2012, que “Con la agenda propuesta y la dinámica a la que llevo la coyuntura europea, el gobierno mexicano desaprovecho la oportunidad de ubicarse en una tendencia hacia una nueva geopolítica mundial que pudiera traer más atención a la resolución de los graves problemas económicos y sociales que enfrenta la mayor parte de los países en desarrollo. Era el momento para que México levantara la voz para cambiar el rumbo en la búsqueda de soluciones de largo plazo a los dilemas de la pobreza y desigualdad que la crisis ha agravado…Esta orientación le hubiera dado un sentido de relevancia a la presidencia en turno que México ejercía y la oportunidad de liderazgo entre los países emergentes con lo cual el gasto de corto plazo de 760 millones de pesos, en que se incurrió, se hubiera convertido en una inversión de largo plazo” (Problemas del Desarrollo, octubre-diciembre 2013. p. 151). Quizás era demasiado esperar de un gobierno indiscutiblemente neoliberal que actuará en contra de sus principios para proponer cambios radicales en la gobernanza mundial.
Cuando Japón, por medio de su primer ministro Abe, propone como tema inicial de la próxima cumbre del G20 “La economía global” y declara que “Japón quiere trabajar por una sociedad futura inclusiva, sustentable y centrada en el desarrollo humano” parece que abre el camino para encontrar brechas alternas para el desarrollo del capitalismo contemporáneo global. Qué oportunidad más ideal para que el presidente López Obrador dé a conocer al mundo el camino de la transformación que él pretende para México y que pudiera ser ejemplo para el resto del mundo. No hay carta que substituya esta oportunidad de estar presente y que no es solo la de un discurso sino la de la intercomunicación con sus pares para procurar soluciones conjuntas y enfrentar las amenazas a la colectividad de naciones por la pérdida de credibilidad del enfoque multilateral de las instituciones de la posguerra.
Parece inaudito que López Obrador se niegue a estar en medio de los más poderosos del mundo cuando el poder es lo que más anhela y persigue. Cómo no estar en medio de los más poderosos cuando su obsesión única es la del poder.
Lo más insólito de sus excusas para no ir a Japón es su afirmación de que “no voy porque no quiero ir a una confrontación ahí directa” cuando aquí en casa lo que más hace es confrontar, denigrar y amedrantar a los que discrepan de sus ideas y sus ocurrencias. Claro, aquí en el país no tiene temor a esa dinámica de conflicto porque nadie tiene la oportunidad de responderle en sus mañaneras ni en sus asambleas pueblerinas. Pero entre pares sus ocurrencias pueden ser cuestionadas lo que genera el temor a confrontarse con sus iguales y menos cuando no puede responder con simples y burdas descalificaciones o con sus propios datos. Pero, como alguien apuntara el hecho notorio es que nuestro presidente no quiere enfrentar al orate del norte. Es rijoso en el interior pero sumiso en el exterior, como apuntara Sergio Aguayo. Por supuesto que debe ser muy desagradable tener que enfrentar a un personaje tan desagradable como Donald Trump pero ¿no debe estar primero la dignidad del pueblo mexicano? Hay que recordar que desde la presidencia de Estados Unidos se ha dicho, en repetidas ocasiones, que en política exterior ese país no tiene amigos o enemigos sólo intereses.
Más entendible para no asistir a esta reunión pudiera ser la ausencia de formalidad de una verdadera estrategia o modelo de desarrollo que se aparte del tan odiado neoliberalismo que proclama haber enterrado. No sería fácil responder a las contradicciones de su discurso. ¿Cómo postular ante ese público su programa de fin del neoliberalismo económico cuando se aferra a los principios de libre mercado por medio de un tratado de libre comercio, y tiene como bandera central de su política económica la sobriedad fiscal, tal y como lo demanda el decálogo del Consenso de Washington? Tantos años buscando la presidencia y no contar con una estrategia formal y puntual de desarrollo socio económico es un bocado difícil de pasar.
Afortunadamente el señor presidente no ha alegado que no viaja fuera del país ni realiza este viaje para ser congruente con su política de austeridad republicana ya que este argumento sería en extremo frívolo si se considera el gasto en que este gobierno incurre en las giras casi diarias para realizar asambleas pueblerinas repletas de acarreados, en el más desdeñable estilo priista, y con fines netamente electoreros.
En el fondo el más grave reconocimiento es la baja comprensión de lo que pasa en el resto del mundo cuando afirma que asistiría a una reunión sobre la desigualdad global porque es lo que origina el deterioro del medio ambiente, la migración, la inseguridad y la violencia, cuando el tema inicial de esta reunión del G20 es el de “La economía global” en el cual el drama de la desigualdad que ha generado la dinámica de la globalización no puede estar ausente en la discusión. De hecho este es un tema que el mismísimo Fondo Monetario Internacional colocó en el centro de la discusión desde la reunión de Davos en 2010 y que ha estado presente en todas las reuniones de alto nivel desde entonces.
El único argumento que hay para su ausencia es la enorme contradicción entre su discurso de cambio para beneficiar a los que menos tienen y los resultados hasta ahora logrados que tienen al país al borde de una recesión como consecuencia de la austeridad republicana, de la falta de inversión y del desperdicio de miles de millones de pesos en proyectos que aunque sean exitosos no constituyen una alternativa de desarrollo para el país. Más grave es la pérdida de esperanza de los millones que votamos por ese México mejor que se prometió pero que ahora se desgarra por la polarización que ha provocado el delirio de poder y de control que practica el presidente y su corte de incondicionales. México nuevamente pierde la oportunidad de estelaridad en el G-20. Esta vez, gracias.
Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco (rozo@correo.xoc.uam.mx)