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Frente a la inhumana y canalla decisión de Trump de separar a los hijos de sus padres migrantes detenidos, y luego recluir en jaulas a los niños, se activó la sociedad estadounidense para ponerle un alto a su presidente: muchos republicanos marcaron distancia, muchas empresas lo condenaron (aerolíneas de primera importancia se negaron a ser usadas para separar familias) y no pocos de quienes votaron por él sintieron vergüenza frente a una política que derivó en menores de edad encerrados llorando porque querían estar con sus papás; su abogado e íntimo amigo Michael Cohen lo rechazó (tal vez el inicio de una pesadilla para Trump), su esposa Melania marcó distancia públicamente y se filtró que su hija Ivanka le pidió que diera marcha atrás a la desalmada medida.
Y vimos lo que pocas veces: Trump tuvo que recular en su malvada intención inicial de separar a las familias con objeto de presionar a sus rivales políticos y desincentivar la migración.
Y aunque encontró una salida para salvar su discurso de duro antiinmigrante, concedió que las familias fueran reunidas de nuevo y eso demostró que existen contrapesos sólidos al poderoso ocupante de la Casa Blanca.
¿Qué podemos aprender de eso en México, frente a quien gane las elecciones dentro de dos domingos?
Si bien México no tiene la robustez financiera, la solidez institucional ni la profundidad de libertades democráticas de Estados Unidos, México no es una república bananera (aunque muchos políticos se comporten como si lo fuera).
Quien llegue a la Presidencia a partir de diciembre puede tener la tentación de ejercer el mando sin contrapesos, ser autoritario y extralimitarse en sus poderes. Y quizá se tope con un México valiente:
Una sociedad civil cada vez mejor organizada y financiada, que le marque fronteras que no puede cruzar. Hay activistas, intelectuales, académicos, ONG en prácticamente todas las especialidades: anticorrupción, educación, evaluación de proyectos, pobreza, seguridad y justicia, economía, etcétera.
Hay un empresariado que sostiene a la economía nacional. La nuestra no es una economía que dependa tanto del gobierno como otras de Latinoamérica. Apenas ayer el Inegi exhibió cómo la inversión privada es mucho más dinámica que la gubernamental.
Existe una prensa que ha peleado por la libertad de expresión y ha sabido aprovecharla en sus espacios. Escándalos de gobiernos federal, estatales y municipales, abusos de la derecha y abusos de la izquierda, atrocidades cometidas por las fuerzas del orden son del conocimiento público porque el periodismo ha hecho su trabajo.
Tenemos cineastas, músicos, escritores, chefs, bailarines, artistas de talla internacional con una voz propia con la que ejercen presión. La Iglesia católica se ha renovado y sus nuevos jerarcas hablan cada vez con mayor soltura, hay brochazos de libertad en el Poder Judicial y políticos —sí los hay— comprometidos con su electorado.
Y así muchos ejemplos. Quizá midiendo estos tamaños, el próximo presidente no se anime a desafiar libertades y contrapesos. Si lo hace, ya sabremos si la reacción es de valentía o de sumisión.
historiasreportero@gmail.com