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Si algo dejó en claro la jornada del 1 de diciembre es que el presidente López Obrador es el Andrés Manuel de siempre, y no la versión matizada que con una disciplina notable se intentó presentar en la más reciente campaña electoral.
Los más duros, que se incomodaban con el AMLO moderado, lo tienen de vuelta, a costa de la frustración de quienes le confiaron porque lo vieron menos radical.
En el tablero del presidente de México ya están las fichas y los jugadores:
El mal: el neoliberalismo. Los gobernantes, burócratas “de arriba” y una minoría rapaz de empresarios que crecieron bajo este modelo.
Los enemigos: hace dos sexenios eran los que conspiraban para sacarlo de la vida política, luego los que lo criticaban y ahora es enemigo cualquiera que se atreva a preguntar: ¿de dónde va a salir el dinero para todo eso?
Los símbolos. Se abre Los Pinos porque no va con la política de austeridad pero se usa Palacio Nacional que es más lujoso. Dice que no le gusta la parafernalia del poder pero en cadena nacional frente a millones de mexicanos, más un Zócalo lleno, es protagonista de un ritual sagrado en el que los pueblos indígenas lo ungen como su líder y le dan un bastón de mando que no suelta en todo el largo discurso.
El que manda: a él, el pueblo, el único que lo puede salvar y del que el presidente López Obrador es único intérprete autorizado. El pueblo es una plaza llena de sus fervientes seguidores o una consulta a sus bases. En cambio, en el bando de sus enemigos mandan “los mercados”, esa fuerza regresiva de desalmados que tratan de no irse con la finta y ganar dinero.
Los conservadores que frenan el cambio: cualquier persona de una sociedad crítica que impulsa mecanismos democráticos, justicia autónoma, contrapesos, rendición de cuentas.
El remedio para todos los males: acabar con la corrupción. El método: el buen ejemplo de los gobernantes. Todo lo demás se arregla solo: pobreza, violencia, desigualdad, delincuencia.
Los perdonados: cualquiera que, haya hecho lo que haya hecho, se comprometa a no cuestionar al presidente.
Los ausentes: el crimen organizado y el narcotráfico.
Los aliados: los militares (es que son pueblo uniformado).
El periodo negro: de De la Madrid a Peña Nieto (cuando por cierto hubo libre mercado y se iniciaron la apertura democrática y la libertad de expresión)
El periodo luminoso: de Cárdenas a López Portillo (cuando por cierto hubo estatismo, economía cerrada, partido único, presidentes sin contrapesos).
Lo irrelevante: el mundo.
El instrumento para implementar lo anterior: todo el poder del Estado.
SACIAMORBOS.
A la hora de las promesas, habló hora y media sin ahorrarse detalles: cómo debe hacerse la mezcla para echar pavimento a una carretera, la importancia de las proteínas en las sardinas, cómo va a repoblar los potreros y qué hacer con las crías de ganado tres años después, e incluso explicó a las mamás cómo deben regañar a sus hijos si andan en malos pasos. A la hora de decir cómo se van a financiar estas 100 promesas, un párrafo con la fórmula de siempre: con el dinero que nos ahorremos de la corrupción. Ya veremos si salen las cuentas.
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