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Imaginemos que tenemos ganas de poner un negocio: una tortillería. “Las tortillas las come todo mundo, todos los días. No hay cómo no se vendan. Es una inversión garantizada”. ¿Dónde ponerla? ¿Hacemos una “desde cero”, compramos una que ya esté operando o que haya sido usada?
Eso sí: nunca decidiríamos poner una tortillería nueva en una calle en la que ya hay 56 tortillerías rentables.
Eso está haciendo el gobierno federal con el proyecto de la refinería de Dos Bocas.
En el Golfo de México, en la vecindad de Texas y Luisiana, existen ya en operación casi 60 refinerías rentables que además pueden procesar el petróleo crudo mexicano, que es pesado. Funcionan casi a su máxima capacidad y con menos de 500 empleados. Pemex lo sabe. Tanto, que desde hace décadas se asoció con la holandesa Shell y en una inversión a partes iguales son propietarios de la refinería Deer Park, la más rentable de Pemex (ha pagado su inversión ya varias veces).
El Instituto Mexicano del Petróleo, en un estudio pedido por la nueva administración, concluyó que la refinería de Dos Bocas no es rentable. Que costaría 14 mil millones de dólares (mucho más de lo que ha dicho el gobierno federal) y que esa inversión tardaría décadas en recuperarse. Además de que difícilmente se entregaría el primer litro de gasolina refinada en Dos Bocas en este sexenio. Y si bien ya tienen los terrenos y ya están deshierbando a la brava, aún no hay un proyecto ejecutivo y menos aún ingenierías básicas.
Del financiamiento, ni hablar: las calificadoras y los principales bancos de inversión internacionales están convencidos de que Dos Bocas es una pésima idea: generará más gastos y más endeudamiento a Pemex, que de por sí es la empresa petrolera más endeudada del planeta.
¿Sabrá esto el presidente? ¿Serán sus decisiones o alguien le está informando mal? En lo que averiguamos eso, vale la pena explorar qué opciones reales tiene el gobierno federal:
Primera. Si a fuerzas quiere hacer una refinería en territorio nacional, puede reactivar Tula. Ya tiene terrenos, permisos ambientales, proyecto ejecutivo, ingenierías básicas y hasta barda. Mañana podrían colocar el primer ladrillo. Pero Hidalgo no es la tierra del presidente.
Segunda. Comprar una refinería usada en Texas. Hay varias en venta. Incluso las empresas petroleras internacionales podrían asociarse y replicar el modelo de Deer Park. Pero no sería un proyecto en territorio mexicano y aunque sea petróleo mexicano procesado, el gobierno sería un importador de gasolinas (parece que, en pleno siglo XXI, la nacionalidad de la gasolina se ha vuelto relevantísima).
Tercera, que ha estado en el ambiente. Hacer mini refinerías modulares para crudo ultraligero (WTI). Las inversiones son de 300 a 500 millones de dólares por planta. En menos de dos años producirían gasolinas para México y hasta para exportar. Las 56 refinerías en Texas y Luisiana no serían competencia ya que son para crudo pesado. El problema es que el gobierno tendría que superar dos prejuicios: asociarse con inversionistas privados que compraran el petróleo e hicieran la inversión (para que Pemex no se endeudara más), e importar crudo ligero.
La otra es poner la tortillería en la calle donde ya hay 56. Al cabo que es mi calle.
historiasreportero@gmail.com