Como muchos otros presidentes de México y el mundo, el juicio final a Enrique Peña Nieto tiene un capítulo pendiente: su ex presidencia.
Dos casos extremos: Carlos Salinas terminó su mandato con buena popularidad, pero Ernesto Zedillo lo hundió exponiendo la fragilidad del sueño económico que le heredó y la corrupción que yacía atrás. Felipe Calderón, en cambio, tuvo que salir casi huyendo del país entre acusaciones criminales por la violencia que dejó como legado, atrincherarse en una universidad americana y regresó hasta que los escándalos de Peña Nieto hartaron a la ciudadanía que revaloró la figura de Calderón por haber pasado por Los Pinos sin enriquecerse.
El presidente Peña Nieto sale peor que cualquiera otro del México moderno. Su sexenio fue como un largo viaje en carretera con familia: sólo es bueno al principio y al final, pero en medio es una pesadilla: calor, hambre, sed, mareo, vómitos, desesperación por llegar, se poncha una llanta, aburrimiento, los niños preguntan cada cinco minutos cuánto falta y todo mundo ya quiere que se acabe...
Al principio fue trepidante: la aprobación sucesiva de reformas estructurales que hubiera anhelado cualquiera en su posición puso a México, y al propio Peña Nieto, de moda en todo el mundo. Del final destaco la eficaz manera como manejaron el desafío del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y en particular, en lo que se refiere al Tratado de Libre Comercio, cuya renovación se firma mañana.
En medio, un bache inagotable de inseguridad récord y corrupción pantagruélica. Peña Nieto engañó con que un cambio de discurso en el tema de seguridad iba a ser un cambio en la realidad. No sucedió. Entrega la peor realidad jamás alcanzada. Al mismo tiempo, casi no hubo obra pública o rubro presupuestal que no estuviera salpicado por transas que se volvieron escándalo en los medios de comunicación.
Estas dos realidades fueron tierra fértil para el triunfo de la oferta electoral de Andrés Manuel López Obrador, quien tiene en su pluma la natural consecuencia de escribir el último capítulo de su antecesor. Hasta ahora, frente a la cortesía y prestancia de Peña Nieto, el presidente electo ha correspondido con muchas expresiones de elogio impensables en otro momento de sus carreras políticas, pero sobre todo con un certificado de impunidad ante los expedientes de corrupción que ahogaron su gobierno. Sin embargo, la ventana para rectificar está abierta: ha sido anunciada una consulta sobre perdonar o no a los ex mandatarios. Estoy convencido de que el presidente AMLO acudirá con fiereza al pasado si se le complican las cosas en el curso de su gestión. Y la ciudadanía terminará de enjuiciar al priista en función de qué tal lo haga el de Morena. Así que el último capítulo de Peña depende de qué tan enredado se ponga el libro de Andrés Manuel.
Por lo demás, el juicio público está casi concluido: una popularidad apachurrada y un partido en tercer lugar.
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